El director de Largo viaje hacia la noche, una película con un plano secuencia de una hora en 3D, sorprende de nuevo con un hipnótico viaje al fondo del cine como experiencia onírica fuera del tiempo Leer
El director de Largo viaje hacia la noche, una película con un plano secuencia de una hora en 3D, sorprende de nuevo con un hipnótico viaje al fondo del cine como experiencia onírica fuera del tiempo Leer
«¿No es también un sueño el cine?», exclamaba Paul Valéry. Pocas metáforas han perseguido de forma tan insistente al invento de los Lumière como la de la ensoñación. A estas alturas de festival, por ejemplo, no es raro contemplar que mediada cualquier proyección (da lo mismo cuál) más de la mitad del aforo está dormido. Unos roncan y otros no, pero todos sueñan. Aunque quizá no era a eso a lo que se refería el autor de El cementerio marino. En su libro El cine o el hombre imaginario, Edgar Morin se esforzaba en describir por qué el cine, que originalmente fue comparado con un microscopio con el que aumentar nuestra capacidad para ver, pronto se convirtió en algo distinto muy cerca de la fantasmagoría, la ilusión y, en efecto, el sueño. Han pasado décadas desde que el filósofo dejara la pregunta abierta y quizá la respuesta se la dio el director chino Bi Gan el jueves con Resurrection, su último deslumbrante trabajo concebido de principio a fin no tanto como un sueño sino como, un paso más allá, el sueño del mismo cine que se sueña un sueño. Suena (y sueña) tremendo y, no lo duden, lo es.. El argumento de la película vale él mismo como relato corto; un cuento de misterio de aire romántico por fuerza gótico con modales de auto sacramental. El propio cine es un personaje. La película se detiene en el momento en el que la humanidad perdió la capacidad de soñar. No queda claro si se habla del presente o de un futuro apocalíptico demasiado cercano. De entre todos nosotros, solo una criatura monstruosa sigue cautivada por las ilusiones que se desvanecen fuera del mundo en su propio territorio onírico. Cuando aparezca una mujer con el poder de percibir las ilusiones fugaces del espectro visionario, nuestra heroína tomará la decisión casi freudiana de adentrarse en los sueños de la bestia decidida a descubrir el secreto de su misterio; el fantasma de su libertad; el alma del propio cine.. Resurrection está estructurada en seis partes. Cada una de ellas apela a uno de los sentidos y el que sobra es por la mente. Cada capítulo evoca a una etapa distinta de la historia de China dentro del siglo largo del cine. El primero de los episodios existe para sencillamente el estupor. Bi Gan ordena en planos largos el encuentro entre la mujer y la quimera cinematográfica como si de una cinta de Murnau se tratara, pero sin caer en la cita, el homenaje o el simple plagio. Las formas expresionistas de la composición, tan inocentes como terroríficas, recrean un escenario a la vez perfectamente conocido o identificable y completamente nuevo. Se trata de la primigenia sensación de lo sorprendente, de lo extraviado y ahora, por fin, recuperado. Y como emblema, un recuerdo a L’Arroseur arrosé (El regador regado), la primera comedia que conoció el cine de la mano de Louis Lumière.. El director Bi Gan y la actriz Shu Qi en la presentación de Resurrection.MIGUEL MEDINAAFP. Lo que sigue avanza por la pantalla con gesto sonámbulo por un territorio alucinado, febril, enfermo de su propia belleza a medio camino entre lo real y lo imaginario. En cada una de las entregas, la pantalla imagina el mundo de forma siempre diferente, siempre a la fuga de sí mismo, siempre en conflicto con la realidad que le imita y le detesta. El capítulo cinco (el penúltimo) vive todo él en un plano secuencia de 36 minutos perfectos, teñido de rojo, vampírico y a la caza y captura de un amanecer fin de milenio quién sabe si imposible. Prodigioso es un adjetivo que se queda escaso.Biganesco sería más apropiado con un comentario final en un bucle alucinado a, de nuevo, El Regador regado. El último capítulo, ya en plena contemporaneidad, vuelve a la sala del cine principio, pero mucho tiempo después, en un futuro digital y fantasmal. Es un ciclo que se cierra y un abismo que se abre. Y ahí, la cinta se desvanece en una elegía por fuerza triste a todo lo perdido, al propio cine, a un mundo que ya no está. Monumental, tierno, cruel y exageradamente bello. Bello de doler.. Toda la película vive en el raro privilegio del sonambulismo al lado justo de la hipnosis. Toda ella está pensada en su declaración de intenciones para experimentarse como un sueño y, a medida que se precipita hacia la noche más profunda, uno cae en la cuenta de que es ella, la película, la que nos sueña a nosotros. Sin duda, pocos momentos más gloriosos para contemplar despiertos mientras se duerme. Y al revés.. Digamos que Bi Gan continúa buena parte de la exploración casi suicida a la que se obligó en Largo viaje hacia la noche (2018). O incluso antes en Kaili blues (2015). En su película anterior, las heridas de la memoria y el amor perdido se transformaban en el paisaje de un raro naufragio donde los fragmentos del presente sólo adquirían sentido como reflejos del pasado. Y así hasta que un cine, siempre el cine, servía de refugio al protagonista vagabundo. Allí empezaba la aventura. Un plano infinito de 59 minutos de duración rodado en tres dimensiones sumergía al espectador en lo más profundo de todo lo profundo. Cine en apnea, podríamos llamarlo. Cambia el punto de partida, pero ahora, en Resurrection, la inmersión es más honda.. Morin estaba convencido del destino compartido de dos inventos: el avión y el cine. Los dos definen el siglo XX y los dos cumplen por fin dos de las más viejas aspiraciones del hombre: volar, hacia arriba y hacia fuera, y volar también, pero hacia lo profundo. Era eso.. Saeed Roustayi, Arshida Dorostkar, Payman Maadi y Soha Niasti, en la presentación de Woman and Child.VALERY HACHEAFP. Por lo demás, la sección oficial también asistió a la proyección de la segunda película iraní en competición. Primero fue la enérgica descarga de Jafar Panahi y ahora, el último trabajo de Saeed Roustaee, Woman and Child. El director de Los hermanos de Leila (2022) insiste en retratar las angustias de una sociedad enfrentada a más miedos que contradicciones. En todos los sentidos, fuera y dentro del plató de rodaje. Por su película anterior, el director sufrió una condena de seis meses de prisión y cinco años de prohibición de filmar impuesta por el régimen islámico. La actriz principal, Taraneh Alidoosti, fue sentenciada igulamente a cinco años de prisión tras publicar una foto suya sin hiyab.. Para poder rodar esta película, Roustaee tuvo que aceptar ciertas imposiciones y la más a la vista es que todas las mujeres en ella debían vestir hiyab. En la de Panahi no lo llevan y en Woman and Child, sí. En cualquier caso, el director se defiende (el cineasta Mohammad Rasoulof, exiliado, ha salido en su apoyo) y niega haber hecho, como algunos le acusan, una película de propaganda. En realidad, la imagen de Irán en general y de la mujer iraní muy en particular es tan cruda, devastada y violenta que no queda otra que darle la razón al Roustaee. Si es propaganda del régimen de los ayatolás es la peor propaganda imaginable.. La cinta cuenta la historia de una mujer enfrentada a un mundo de hombres, que, en verdad, es el mundo sin más. La protagonista, una enfermera viuda de 40 años, pelea por mantener en vereda a su hijo mayor a la vez prepara la ceremonia de la que va a ser su segunda boda. De golpe, un accidente detrás de otro, todos trágicos, harán que su vida se convierta en una auténtica pesadilla de traiciones, pérdidas irreparables e injusticia palmaria. Saeed Roustaee rueda, de entrada, con energía y convicción en un tono realista tan hiriente como reconocible. No hay duda posible. La película navega por la desdicha y contra el patriarcado con la misma convicción que furia. Y así hasta que la voluntad de denuncia traiciona a un argumento que, sencillamente, se desmadra. Melodrama sobre melodrama, llanto sobre llanto, entre tanto infortunio, la primera víctima en caer es lo razonable. Y la segunda, la verosimilitud.
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