Oliver Laxe confecciona su particular versión del vacío en un ejercicio de cine meticulosamente desesperado, fulgurante, brutal y bello e incómodo hasta doler Leer
Oliver Laxe confecciona su particular versión del vacío en un ejercicio de cine meticulosamente desesperado, fulgurante, brutal y bello e incómodo hasta doler Leer
Cuentan que, recién llegado a Francia, Samuel Beckett se encontraba un buen día en la meta de una de las etapas de probablemente el Tour. Ya habían pasado el líder y los demás. Pero nadie se movía. El público esperaba. El escritor no entendía. Alguien se le acercó y le comentó que aguardara. Faltaba por pasar el último. Se dice que tal vez se trataba de Roger Godeau, un ciclista veterano que recorría las ciudades francesas en busca de un torneo ciclista no que ganar, sino que perder. Su carrera no conocía mancha, ni trofeo. Y quién sabe si de él no surgiera la inspiración para Esperando a Godot (por fonética, igual a Godeau). No queda claro si la anécdota habla del empeño de resistencia que demuestran unos pocos o del absurdo que nos condena a todos sin excepción, incluidos a los que resisten. Pero ahí queda.. A los personajes de Sirat, la última película de Oliver Laxe recién premiada en Cannes, les sucede algo parecido. Son unos tipos que buscan con desesperación la posibilidad de una fiesta (o rave) perfecta —y, por ello, eterna— y no hay forma de saber si lo que les mueve es el espíritu de perfección o simplemente algo parecido a la angustia. O las dos cosas. Digamos que sobre esta inquietud, llamémoslo así, se levanta la película de Laxe otra vez seducido por esos seres condenados por el mismo abismo que les salva. Amador, el protagonista de su cinta anterior, O que arde, es un pirómano amante de la destrucción que le habita a él y a sus vecinos gallegos obligados año tras año a ver como las llamas lo devoran todo. Y también él pedalea, como Godeau, detrás de un fantasma obstinado e imposible. Y también él, como los habitantes de Sirat (siratianos, por tanto), busca un paraíso en el que literalmente incinerarse.. Sirat en verdad no cuenta tanto la historia de estos individuos demediados (uno manco, otro cojo y todos ellos perdidos) como la de un padre (descomunal un Sergi López más trágico que nunca) de apariencia normal que, en el tráfago de un desierto poblado de raveros (los amantes de la fiesta tecno), busca a su hija desaparecida. Mientras los demás saben que andan detrás de nada, él se imagina que sabe exactamente lo que desea y lo que ama profundamente. Su búsqueda es en compañía de su otro hijo menor aún más confundido que él. Pero inocente. Y así, padre e hijo se debaten contra un mundo que no entienden, un paisaje monumental que les ignora y un objetivo que les esquivo. Es decir, los dos como Godeau, pero sin público en la cuneta que aplauda tanto esfuerzo.. Laxe confecciona una rara y magnética bomba de relojería que confía en el cine para crear el escenario de una sensación, el espacio de una duda que no acaba. La película discurre por la pantalla a un ritmo y por la conciencia del espectador a otro, mucho más lento, más medido, más profundo. Lo que se ve es una aventura en el desierto que reclama para sí la excitación de lo incierto, de lo desolado, del misterio de una frontera donde ya no existen las normas, donde la libertad es tan completa como peligrosa. Si se quiere, estamos ante la versión de Mad Max de la que solo es capaz un lector del poeta, teólogo y místico sufí Rumi. Mad Lax, por tanto. Y, sin embargo, en la parte de atrás tanto de la pantalla como de la propia mirada del espectador avanza una certeza desolada que tiene que ver no queda claro si con el empeño de resistencia que demuestran unos pocos o con el absurdo que nos condena a todos sin excepción, incluidos a los que resisten.. Sirat (el camino afilado como una cuchilla que conduce el paraíso) es, obviamente, película, y es provocación. Sirat se mueve por la pantalla como un desafío en su hipnótica y explosiva sinceridad. En un paisaje poblado por seres aparentemente extraños, fuera del mundo, los raveros son auténticos marcianos desclasados para el padre de familia. Y, al revés, este último ocupa el lugar de lo disparatado en el mundo sin reglas reconocibles a simple vista de los primeros. Pero, poco a poco, y a medida que se hace presente algo tan básico como el dolor, surge el reconocimiento, la misericordia tal vez. La clave, de hecho, está ahí, en reconocerse; en reconocer la forma arquetípica del relato común y en entender que ese sujeto que calificamos como diferente en verdad responde a las mismas motivaciones que uno mismo. Somos ellos, somos, en su más evidente denuedo hacia la nada, el propio Godeau.. El resultado es, desde ya, la película condenada a marcar el año; una película tan profundamente triste, tan obstinadamente cruel, tan pudorosa en el barro que pisa, tan carnal y mística a la vez, tan bella en cada una de sus derrotas que no queda otra que rendirse. Y ahí nos quedamos, esperando a Godeau.. —. Dirección: Oliver Laxe. Intérpretes: Sergi López, Bruno Núñez, Richard Bellamyun, Stefania Gadda. Duración: 120 minutos. Nacionalidad: España.
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