Rara vez una novela se acomoda bien al escenario. El teatro es una manta que le queda demasiado corta a este subgénero narrativo: cuando el adaptador intenta cubrirle los pies, a la novela se le destapa el pecho. En Nada, Joan Yago ha hecho una labor de filigrana. Nada sustantivo se echa en falta en su refundición de la opera prima de Carmen Laforet, resuelta en tres horas. Beatriz Jaén, joven directora madrileña, la ha puesto en escena con gran dinamismo, solapando lugares donde acciones diferentes suceden a la vez.
No hay tiempos muertos en este montaje, pero tampoco existe esa aceleración gratuita frecuente en el teatro actual. Todo lo que acontece está bien respirado: si hace falta sostener un silencio largo, de 30 segundos, como el que preludia la función, su directora lo aguanta pie en pared, de modo que se produce un contraste extremado entre la ausencia de acción inicial y la escena primera, marcada por el caos reinante en la casa de la abuela de Andrea, la protagonista, recién llegada a Barcelona tras el final de la Guerra Civil.
Es difícil tener accesos de cólera en vivo tan verosímiles como los que el tío Juan de Manuel Minaya tiene cada vez que su martirizada esposa (una radiante Laura Ferrer) le contradice en algo
Yago ha optado por alternar extensos apartes, que la protagonista desgrana desde la corbata, con diálogos picados, líricos, fragorosos, alguno de los cuales desemboca en escenas virulentas, propias de una casa de locos, como hay tantas en toda época. El maltrato primario al que Gloria se ve sometida, pero también la violencia soterrada y la manipulación criminal que Román (Peter Vives) ejerce sobre buena parte de su entorno, están espléndidamente expuestos por sus intérpretes y por la directora. Es difícil tener accesos de cólera en vivo tan verosímiles como los que el tío Juan de Manuel Minaya tiene cada vez que su martirizada esposa (una radiante Laura Ferrer) le contradice en algo.
Aunque el desempeño coral de sus diez intérpretes resulta excelente, el espectáculo no se sostendría sin la convicción, la pericia y la actitud radiante con las que Júlia Roch desgrana las cavilaciones, los miedos, los anhelos, los afanes y las dudas de Andrea. La joven interpretada por Roch es un alma gemela de Carmen Laforet, que se narró a sí misma en este relato iniciático, testimonial, directo, verídico a carta cabal. Son exactos, conmovedores, los cara a cara agónicos que la Andrea de Roch mantiene con la esquinada Angustias de Carmen Barrantes y con Ena, bella joven encarnada por la dúctil Julia Rubio.
La música es eficaz; las canciones en vivo están perfectamente entonadas; el vestuario es fidedigno y favorecedor a la vez, y el movimiento coreográfico resulta fluido y gracioso
Mientras Andrea narra en primera persona y en primer plano lo que los demás hacen, estos nunca miman con exactitud lo que ella dice, lo cual introduce una disonancia sugestiva: lo que vemos no coincide con lo dicho, sino que lo complementa. La mayoría de los actores triplican papeles, pero lo hacen desde una transformación radical y con un guiño humorístico (Pujol se quita el sombrero un instante, para mostrarle al público que su intérprete y el de Juan son el mismo). La música es eficaz; las canciones en vivo están perfectamente entonadas; el vestuario es fidedigno y favorecedor a la vez, y el movimiento coreográfico resulta fluido y gracioso: el espiritoso grupo de artistas incipientes parece un eco del coro de poetas modernistas de Luces de bohemia.
Por mucho que se haya dicho que la novela carece de ellos, todos los temas de Nada emergen claramente en esta adaptación: el choque entre el idealismo juvenil y el pragmático universo adulto, la hambruna embrutecedora de las posguerras, el abismo entre clases sociales, las rivalidades entre hermanos, la psicopatía en todas sus formas y la amistad, como una ventana con vistas.
El montaje de Beatriz Jaén da con la clave escénica del universo literario de la autora de ‘La mujer nueva’, en un montaje coral donde Júlia Roch sostiene el peso del relato con vigorosa hipersensibilidad EL PAÍS
Rara vez una novela se acomoda bien al escenario. El teatro es una manta que le queda demasiado corta a este subgénero narrativo: cuando el adaptador intenta cubrirle los pies, a la novela se le destapa el pecho. En Nada, Joan Yago ha hecho una labor de filigrana. Nada sustantivo se echa en falta en su refundición de la opera prima de Carmen Laforet, resuelta en tres horas. Beatriz Jaén, joven directora madrileña, la ha puesto en escena con gran dinamismo, solapando lugares donde acciones diferentes suceden a la vez.
No hay tiempos muertos en este montaje, pero tampoco existe esa aceleración gratuita frecuente en el teatro actual. Todo lo que acontece está bien respirado: si hace falta sostener un silencio largo, de 30 segundos, como el que preludia la función, su directora lo aguanta pie en pared, de modo que se produce un contraste extremado entre la ausencia de acción inicial y la escena primera, marcada por el caos reinante en la casa de la abuela de Andrea, la protagonista, recién llegada a Barcelona tras el final de la Guerra Civil.
Es difícil tener accesos de cólera en vivo tan verosímiles como los que el tío Juan de Manuel Minaya tiene cada vez que su martirizada esposa (una radiante Laura Ferrer) le contradice en algo
Yago ha optado por alternar extensos apartes, que la protagonista desgrana desde la corbata, con diálogos picados, líricos, fragorosos, alguno de los cuales desemboca en escenas virulentas, propias de una casa de locos, como hay tantas en toda época. El maltrato primario al que Gloria se ve sometida, pero también la violencia soterrada y la manipulación criminal que Román (Peter Vives) ejerce sobre buena parte de su entorno, están espléndidamente expuestos por sus intérpretes y por la directora. Es difícil tener accesos de cólera en vivo tan verosímiles como los que el tío Juan de Manuel Minaya tiene cada vez que su martirizada esposa (una radiante Laura Ferrer) le contradice en algo.
Aunque el desempeño coral de sus diez intérpretes resulta excelente, el espectáculo no se sostendría sin la convicción, la pericia y la actitud radiante con las que Júlia Roch desgrana las cavilaciones, los miedos, los anhelos, los afanes y las dudas de Andrea. La joven interpretada por Roch es un alma gemela de Carmen Laforet, que se narró a sí misma en este relato iniciático, testimonial, directo, verídico a carta cabal. Son exactos, conmovedores, los cara a cara agónicos que la Andrea de Roch mantiene con la esquinada Angustias de Carmen Barrantes y con Ena, bella joven encarnada por la dúctil Julia Rubio.
La música es eficaz; las canciones en vivo están perfectamente entonadas; el vestuario es fidedigno y favorecedor a la vez, y el movimiento coreográfico resulta fluido y gracioso
Mientras Andrea narra en primera persona y en primer plano lo que los demás hacen, estos nunca miman con exactitud lo que ella dice, lo cual introduce una disonancia sugestiva: lo que vemos no coincide con lo dicho, sino que lo complementa. La mayoría de los actores triplican papeles, pero lo hacen desde una transformación radical y con un guiño humorístico (Pujol se quita el sombrero un instante, para mostrarle al público que su intérprete y el de Juan son el mismo). La música es eficaz; las canciones en vivo están perfectamente entonadas; el vestuario es fidedigno y favorecedor a la vez, y el movimiento coreográfico resulta fluido y gracioso: el espiritoso grupo de artistas incipientes parece un eco del coro de poetas modernistas de Luces de bohemia.
Por mucho que se haya dicho que la novela carece de ellos, todos los temas de Nada emergen claramente en esta adaptación: el choque entre el idealismo juvenil y el pragmático universo adulto, la hambruna embrutecedora de las posguerras, el abismo entre clases sociales, las rivalidades entre hermanos, la psicopatía en todas sus formas y la amistad, como una ventana con vistas.
Nada
Texto: Carmen Laforet. Adaptación: Joan Yago. Dirección: Beatriz Jaén
Reparto: Carmen Barrantes (Angustias), Jordan Blasco (Iturdiaga /Jaime), Pau Escobar (Pons), Laura Ferrer (Gloria), Manuel Minaya (Juan), Amparo Pamplona (Abuela), Júlia Roch (Andrea), Julia Rubio (Ena), Andrea Soto (Antonia / Madre de Ena) y Peter Vives (Román).
Teatro María Guerrero. Madrid. Hasta el 22 de diciembre.