El Kunsthistorisches Museum de Viena presenta la exposición que lanzará al mundo a la pintora belga, relegada durante siglos y hoy considerada junto a los mejores artistas de su tiempo Leer
El Kunsthistorisches Museum de Viena presenta la exposición que lanzará al mundo a la pintora belga, relegada durante siglos y hoy considerada junto a los mejores artistas de su tiempo Leer
En plena bacanal, el dios del vino está tan exhausto que ni siquiera bebe vino, solo se refresca las uvas que Sileno exprime en su boca. En el monumental lienzo El triunfo de Baco (1655/59), poblado por 18 figuras, algunas de ellas escondidas entre las ramas del bosque, Sileno parece encarnada en una bacante que permanece hierática en el extremo derecho, con sus ondas rubias, túnica rosa y pecho al descubierto al estilo Delacroix, al que que faltaban casi dos siglos para que pintar su Libertad guiando al pueblo. La bacante, tan iluminada como Baco, sostiene un tirso de hiedra con su brazo musculado, cual amazona, y mira desafiante hacia el espectador. A sus pies, una cabra, símbolo de la lujuria. Ella es Michaelina Wautier (1614-1689), la pintora que durante siglos se perdió en la Historia con falsas atribuciones, equívocos y cuadros extraviados, la artista que se atrevió a autorretratarse con un seno desnudo en un osado lienzo de casi tres metros de alto por cuatro de largo (en realidad, 3,55 metros, pero cortaron 40 centímetros para que encajara en el salón del Palacio de Praga de la emperatriz María Teresa). Una mujer no podía pintar así, ni en el siglo XVII ni, prácticamente, en el XX.. El Kunsthistorisches Museum de Viena inaugura esta semana una exposición histórica, la que descubre a Michaelina Wautier al gran público, como hiciera en 2020 la National Gallery de Londres con Artemisia Gentileschi, la maestra del Barroco que, aunque fuera una excepción, no estaba sola. «Wautier es uno de los redescubrimientos más significativos de la historia del arte en las últimas décadas. El Kunsthistorisches presenta las obras de una gran artista barroca que fue ignorada durante siglos y cuyas pinturas se atribuyeron a contemporáneos masculinos», reivindica Jonathan Fine, el director del museo, que custodia cuatro lienzos de la artista adquiridos por el archiduque Leopoldo en el XVII, cuando gobernaba los Países Bajos españoles y que formaron parte de la magnífica colección de los Habsburgo.. En esta exquisita antológica, que después viajará a la Royal Academy de Londres, se muestran 29 pinturas de Waultier (actualmente, se conocen unas 35) confrontadas a obras de sus contemporáneos. No es que Wautier resista el cara a cara con Rubens o Van Dyck. Como la bacante de su lienzo, con esa sonrisa algo sardónica, sale más que victoriosa. Basta ver su autorretrato de 1650, que parece un desafío al de Rubens de 1638, con prácticamente la misma composición y ropaje. Rubens se retrata como un elegante aristócrata con sombrero señorial, guantes y espada, junto a una columna dórica. Wautier usa la misma columna clásica y se pinta como una artista son su paleta de colores frente al caballete, con un vestido negro exageradamente amplio que le da aires de reina, sentada en una silla española. Luce un collar y una pulsera de perlas, casi translúcidas. Sobre el caballete tiene un reloj de bolsillo, un lujo al alcance de unos pocos, que se puede interpretar como un símbolo de la vanidad del arte o comouna reivindicación de su trascendencia en el sentido hipocrático del Ars longa vita brevis. El arte es largo, pero la vida es breve. Visto con ojos contemporáneos ese reloj marca la hora de Wautier.. ‘El triunfo de Baco’ (1655/59), de Michaelina Wautier, un lienzo de 2,7 por 3,5 metros.KHM-Museumsverband. El propio autorretrato es un ejemplo de la azarosa historia de las obras de la artista: durante dos siglos colgó en la mansión británica de Althorp de la familia Spencer (donde crecería Lady Di) creyéndose una obra de Artemisia Gentileschi. El mítico historiador Roberto Longhi la siguió atribuyendo a Gentileschi en 1916 pero, cuando se subastó en Sotheby’s Nueva York en 1989, lo hizo bajo el título Retrato de Anna Maria van Schurman. y como una obra de Abraham van den Tempel.. Habría que esperar a los 90 para el fortuito hallazgo Wautier en los almacenes del propio Kunsthistorisches, cuando la joven historiadora Katlijne Van der Stighelen se preguntó ante El triunfo de Baco quién era esa mujer capaz de pintar un cuadro así, de esas dimensiones, con desnudos masculinos de anatomía perfecta tomados, probablemente, de modelos al natural. Tras años de investigación, en 2018 Van der Stighelen organizó una muestra seminal de Wautier en Amberes y localizó varias obras de la pintora, entre ellas, el delicado y a la vez salvaje San Juan Bautista del Museo Lázaro Galdiano de Madrid, erróneamente atribuido a Juan Martín Cabezalero.. ‘Guirnalda de flores con una mariposa’ (1652) de Michaelina Wautier.. «Nuestra comprensión de Wautier está en constante evolución. La nueva información sobre su entorno social e intelectual es clave para comprender más plenamente su obra como artista», admite la comisaria de la muestra, Gerlinde Gruber, conservadora de la sección de pintura flamenca del museo, que consiguió sacar el Baco del almacén, restaurarlo y colgarlo en la sala noble de los Rubens.. Aún hoy, Wautier sigue siendo un enigma con escasos datos documentados de su vida. No hay ni una sola carta de su puño y letra y quedan solo algunos registros notariales de su trabajo. Nació en Mons, Flandes, (actualmente, el sur de Bélgica) hacia 1614, en el seno de una familia acaudalada y culta. Latinizó su nombre para firmar sus obras: Michaelina en vez de Michelle. Nunca se casó ni tuvo hijos; vivió y compartió taller en Bruselas con su hermano mayor, Charles, también pintor. De ahí que muchas de sus obras se atribuyeran a él. Su técnica era impecable, pero no se sabe dónde estudió. Ni por qué su última pintura, una Anunciación, está fechada en 1659, 30 años antes de su muerte. ¿Acaso dejó de pintar? Todo son misterios en la biografía de Wautier, que tocó todos los géneros pictóricos: el bodegón (aunquem cuando pintaba sus exuberantes coronas de flores, lo hacía con dos calaveras a cada lado), la pintura histórica, la temática mitológica, el retrato…. ‘La Educación de la Virgen’ (1656) de Wautier, cedida por el Mauritshuis.. Como si fuese una pequeña capilla en semipenumbra, una de las salas del Kunsthistorisches muestra un sofisticado retrato de Van Dyck, que representa al músico Nicolas Lanier cual Jacobo (ca.1628), frente al discreto retrato de un adolescente con un pañuelo en el cuello (1650-1655) de Wautier. Aquí se revela uno de los rasgos característicos de Wautier: sus miradas. Frente a la perfección y el virtuosismo de Van Dyck, el chiquillo de Wautier sobresale por la viveza de sus ojos. Hay una luz, un destello, una llama… Otro de sus puntos fuertes fue el pelo. Wautier demuestra una auténtica destreza a la hora de pintar el cabello, con finísimos y caprichosos mechones que caen de forma natural.. El propio rostro de Wautier cual bacante se multiplica en las marquesinas del centro de Viena, mirando a los transeúntes en plazas y calles, que se preguntan ¿quién es esa mujer? Artemisia no fue la única. Tuvimos a Sofonisba Anguissola, a Clara Peeters, a Lavinia Fontana… Y a Michaelina.
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