La escritora canadiense presenta en Londres su autobiografía, ‘Libro de mis vidas’ en el que combina memorias, ensayos y reflexiones personales Leer
La escritora canadiense presenta en Londres su autobiografía, ‘Libro de mis vidas’ en el que combina memorias, ensayos y reflexiones personales Leer
¿Qué mejor lugar para un encuentro con Margaret Atwood, la canadiense autora del best seller El cuento de la criada y ganadora del Premio Príncipe de Asturias de 2008, que la sede de la editorial Random House en la calle londinense de Embassy Gardens?. Embassy Gardens está junto a la editorial Random House en lo que tradicionalmente fue una zona industrial en la orilla sur del Támesis y ahora es una joya de la gentrificación. El nombre — Jardines de la Embajada— alude al edificio de al lado de Random House: la embajada de Estados Unidos. Es la cuarta mayor representación diplomática de ese país en el mundo, y representa al gobierno que epitomiza todo lo que rechazan la vida y la obra de Atwood: Donald Trump.. El embajador se llama Warren Stephens, y nunca ha tenido un cargo político, diplomático o institucional. Está en el puesto por ser donante de Donald Trump. Es multimillonario, con una fortuna estimada en 3.300 millones de euros lograda en Wall Street, y la semana pasada dio un discurso en Londres criticando la política del Gobierno laborista de Keir Starmer de alcanzar las emisiones cero en el año 2050, que calificó de «artificial», y exigiendo que el Reino Unido pague más a las farmacéuticas estadounidenses por sus medicamentos.. No podría haber nada más en las antípodas para Atwood. Con la voz frágil que le dan sus 85 años, tal vez agravada por el dolor permanente que siente desde la muerte, aquí en Londres en 2019, de su compañero, el poeta y defensor del medio ambiente Graeme Gibson, la escritora explica que «Trump está destrozando todo lo que se había avanzado». Es algo esperable en ella. A fin de cuentas, cuando las mujeres de EEUU quieren protestar en los Congresos de los estados de ese país por la aprobación de leyes que limitan el aborto, se visten como las reproductoras de El cuento de la criada, que se transformó en un best seller mundial a raíz de su adaptación a la televisión por Hulu. «Así no las pueden echar, porque no violan ninguna regla o ley», explica Atwood. Su voz, débil, tiene un súbito punto de orgullo.. La novelista, poeta y ensayista acaba de publicar unas monumentales memorias – 601 páginas en la edición en inglés – tituladas Libro de mis vidas que concluye afirmando que «se nos está acabando la suerte» a nivel «nacional» (su Canadá natal), «internacional» (por el auge del autoritarismo), y «como especie» (por el cambio climático). Con semejante panorama, consuela (o sorprende) que siga escribiendo y considere nuevos proyectos.. Acaso sea porque piensa que se habrá ido cuando lo peor acabe por suceder. «Yo ya no estaré aquí cuando la crisis del clima estalle», concluye. Porque la ganadora del premio Príncipe de Asturias de 2008 cree que el problema va a quedar para los jóvenes. En mi generación «éramos conscientes de que nos podríamos desintegrar en cualquier momento por una bomba atómica. Pero sabíamos que seríamos capaces de encontrar un trabajo, de ser autosuficientes. Eso hoy se ha perdido. A nosotros no nos preocupaban las cosas que hoy angustian a la gente», dice. Su voz será frágil. Sus ideas, no.. Pero el Libro de mis vidas, además de una combinación de memorias, ensayos y reflexiones personales también tiene partes más pegadas al terreno. Por ejemplo, a los ajustes de cuentas, bien contra las tres niñas que le hicieron bullying en el colegio, bien contra una buena parte del estamento literario canadiense. Eso inyecta ligereza en un libro reflexivo que es un meditado paseo por varias décadas de feminismo, relaciones personales, amistades y familia.. Atwood parece no tener muchas ganas de enfocarse en esas cuentas pendientes. «No es algo que admire de mí misma», explica. Posiblemente sea cierto. Pero, como el fumador que reconoce su adicción mientras abre la cajetilla, aprovecha que el tema ha salido para recorda «un periódico» al que denunció por difamación por acusarla de haber participado en una manifestación violenta contra la invasión de Irak. No dice el nombre. Ni el resultado del litigio. Una pregunta a ChatGPT señala al culpable (el conservador Daily Telegraph’) y el veredicto (ella ganó, fue indemnizada y el diario tuvo que disculparse).. Pero, aunque lo haya encontrado ChatGPT, Atwood no cree en la Inteligencia Artificial (IA) ni como herramienta en la creación artística, ni como reemplazo de los escritores ni como origen de distopia. «La IA «solo barre la red y luego amalgama sin mucho criterio la información que encuentra. Cuando le pedí que escribiera un cuento como los míos, fue un desastre, porque mezcló mis historias distópicas con mis cuentos infantiles en los que uso aliteraciones. Y sí, la IA hace imágenes, pero todas las imágenes que hace son iguales». Para la novelista, poeta y ensayista canadiense, la distopia no viene de la tecnología. «Cada vez que aparece una nueva tecnología, la gente la adora como si fuera la Palabra de Dios», explica, antes de entrar en detalle sobre cómo el uso de varias redes sociales y aplicaciones para ligar está cayendo.. Los que deciden – para bien y para mal – son las personas. Ahí está la distopia. La distopía de Margaret Atwood hablando junto a la Embajada de Estados Unidos y, también, al lado del cuartel general del MI6, el servicio de espionaje en el exterior del Reino Unido, un mamotreto de cemento que ha dado al mundo espías de ficción de la talla de James Bond y George Smiley, y mujeres estúpidas como Miss Moneypenny, la patética secretaria de 007.. Atwood siempre ha sido feminista. Y, a día de hoy, sigue defendiendo el carácter «confrontacional» de ese movimiento, cuyo origen ella sitúa en la Revolución Francesa. Pero independiente. En Londres, vuelve a defender su actuación en el caso del profesor Steven Galloway, que fue linchado en un auto de fe online en 2016 tras haber sido acusado de tener relaciones sexuales con sus alumnas. «Sigo creyendo que todo el mundo tiene derecho a la presunción de inocencia», explica. A fin de cuentas, eso fue todo lo que reclamó Atwood para Galloway, que finalmente fue expulsado de la Universidad de Columbia Británica cuando se demostró que las acusaciones eran ciertas.. Su posición fue fulminada en algunos sectores del feminismo, hasta el punto de que Atwood perfiló, con ironía, un ensayo titulado Am I a bad feminist? (¿Soy una mala feminista?). Es la misma ironía con la que se encara con EL MUNDO y dice, con la voz frágil de sus 85 años y la mente lúcida de toda su vida: «Por sorprendente que parezca, los derechos de la mujer son solo una parte de los Derechos Humanos».. La sesión con los medios concluye. Atwood sale de la sede de Random House, la mayor editorial del mundo y una de las cinco grandes que controlan la edición de libros en inglés, junto a la Embajada de EEUU que defiende los valores opuestos de los suyos. Tras la torre en la que se supone que está el embajador Stephens, destacan dos chimeneas de la térmica de Battersea, con la que Pink Floyd hizo hace casi medio siglo su disco más distópico, Animals, y que hoy es un centro comercial y un bloque de apartamentos de lujo. La distopia ya ha salido de las novelas.
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