Barcelona dispone de 268 kilómetros de vías para bicicletas, y el 3,8% de sus habitantes utiliza ya este medio de transporte (incluyendo patinetes). Valencia tiene 225 kilómetros y un 4,9% de sus desplazamientos se realizan en bicicleta. Por su parte, Sevilla cuenta con 205 kilómetros y un 9% de su movilidad se realiza sobre dos ruedas. Madrid sostiene que dispone de 759 kilómetros de ciclovías, sin embargo, el porcentaje de ciclistas urbanos es apenas del 0,7%. Todos estos datos provienen de fuentes municipales, excepto la información sobre movilidad en Sevilla, que es de Acontramano. ¿Cuál es el problema? Un estudio realizado por EL PAÍS indica que las cifras recientes están infladas y que muchas de las infraestructuras son de baja calidad, se encuentran en zonas periféricas, son desordenadas o terminan en lugares aislados. Es como si alguien erigiera un puente que está partido en su medio y después se quejara de que nadie lo atraviesa.
La ciudad está desarrollando infraestructuras para ciclistas que son de baja calidad, están ubicadas en las afueras, son inconexas o terminan abruptamente, y justifica la falta de uso de estas para no construir nuevas. Sin embargo, el número de ciclistas sigue siendo inferior al de muchas ciudades grandes.
Barcelona dispone de 268 kilómetros de vías para bicicletas, y un 3,83% de sus habitantes se desplazan en bicicleta (incluyendo patinetes). Por su parte, Valencia tiene 225 kilómetros y un 4,9% de sus desplazamientos son en bicicleta, mientras que Sevilla cuenta con 205 kilómetros y un 9% de movilidad ciclista. Madrid sostiene que dispone de 759 kilómetros de ciclovías, sin embargo, el porcentaje de ciclistas urbanos es apenas del 0,7%. Todos estos datos provienen de fuentes municipales, excepto la información sobre movilidad en Sevilla, que es de Acontramano. ¿Cuál es el problema? Un estudio realizado por EL PAÍS indica que las cifras recientes están infladas y que muchas de las infraestructuras son de baja calidad, se encuentran en zonas periféricas, son desordenadas o terminan en lugares aislados. Es como si alguien levantara un puente que se divide en dos y después se quejara de que nadie lo utiliza. La disparidad con otras ciudades españolas es notable: en esas localidades, cuentan con una red ciclística segura y conectada que abarca todo el centro urbano, lo que ha incrementado considerablemente el número de ciclistas, de manera similar a lo que sucede en París, Londres, Copenhague o Ámsterdam. Además, el Ayuntamiento de Madrid ha prometido desde 2008 crear carriles para bicicletas en varias de sus avenidas principales y, en 303, la construcción de un carril bici en la Castellana —que atraviesa la ciudad de norte a sur— no se ha llevado a cabo. Levantar todas esas vías sería más económico que cubrir un pequeño segmento de la M-30 en Ventas, como lo planea hacer el Ayuntamiento. La situación de las infraestructuras para ciclistas en las cuatro principales ciudades de España es clara: tres de ellas han decidido formar una red de carriles bici en el centro, lo que hace que usar la bicicleta sea más atractivo en comparación con el tráfico y los embotellamientos —también ocurre en Zaragoza (155 km y 2,24% de ciclistas) y en ciudades más pequeñas como Vitoria (250 km y 22,018% de ciclistas)—. La cuarta ciudad, Madrid, ofrece escasos trayectos y la mayoría de ellos se sitúan en las afueras, limitando el uso de la bicicleta a paseos los fines de semana en vez de promoverla como una opción de movilidad cotidiana. La promoción de una movilidad sostenible se observa en toda Europa.
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