No fue una noche transformadora ni mágica ni otros adjetivos grandilocuentes. Tampoco fue el Apocalipsis. A veces, las cosas son sólo eso, un rato que sucede, se va y no deja huella Leer
No fue una noche transformadora ni mágica ni otros adjetivos grandilocuentes. Tampoco fue el Apocalipsis. A veces, las cosas son sólo eso, un rato que sucede, se va y no deja huella Leer
Llevo dos días intentando descifrar qué pienso del concierto del martes de Radiohead en Madrid, el primero de uno de mis grupos favoritos en más de siete años. No disfruté lo que esperaba, eso lo sé seguro. Diría que, si no malo, el reencuentro fue decepcionante, irregular, frustrante… Creo que si una banda se sube al tren de monetizar la nostalgia, totalmente lícito, debe dar a los fans que se gastan 100 euros en verles lo que esperan, hits, y no hacerse los guays: «Nosotros no somos Oasis, os sacamos la pasta igual, pero por cada canción que deseáis os vais a comer tres que ni recordabais». Está feo. Si juegas, juegas con todas las de la ley. Sistema o antisistema. Tú decides, Thom, pero no hagas trampas.. El problema, y aquí empiezan mis dudas, es que a casi todos mis amigos cuyo criterio respeto les encantó (o eso dicen), mientras que mi disgusto me aproxima a lo que leo y escucho a gente que detesto, señoros enfadados porque el mundo cambie y ya no puedan dejarse el pelo largo: «Todo era mejor cuando yo (creía que) lo petaba». No quiero estar en ese bando, me niego a que odiarlo todo sea mi gasolina vital, pero, joder, si el martes Radiohead llega a tocar el repertorio que eligió el miércoles, subo al escenario con un lanzallamas.. Son, supongo, dos vías de resistirse al paso del tiempo: mis amigos son el meme de Steve Buscemi con el monopatín, disfrazados de jóvenes, aplaudiendo que Radiohead haga el concierto que quiere y no el que la gente espera. Autenticidad y esas chorradas que perdieron su sentido cuando las giras dejaron de ser música para convertirse en esa mierda que ahora llaman «experiencias». Los amargados profesionales, mientras, son el abuelo Simpson agitando el puñito hacia las nubes, cabreados porque la vida les ha sobrepasado, gritando a nadie que el concierto bueno fue aquel en el que estuvieron hace mil años y que si ellos ya no logran ser felices, tú tampoco tienes derecho.. Y tú, ahí en medio, pensando que no estuvo mal, pero no fue una noche transformadora ni mágica ni otro adjetivo grandilocuente que viralice, que se nos esté yendo la mano con darle épica a todo, que no todo es un acontecimiento y, a veces, un concierto sólo son un par de horas que olvidarás en unos meses, exactamente igual que nadie recordará esas stories con vídeos cutres y muchos signos de exclamación cuyos corazoncitos repasas ya en la cama: «Buah, cómo molo». No, en realidad no. No pasa nada por decir que has estado en bolos mejores y que tú querías escuchar High & Dry por ñoña que sea, pero que tampoco fue el Apocalipsis. A menudo, las cosas son sólo eso, un rato que sucede, se va y no deja huella. Asumirlo no es rendirse, es saber vivir.
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