El actor Julio Adrião (Río de Janeiro, 64 años) convirtió el Teatro Cervantes, de Guanajuato, en una enorme ventana desde la que el espectador podía asomarse a la historia. Precisamente a la del siglo XV, cuando por volteretas de la vida un tal Johan Padan se escapó de la inquisición en Italia, se coló en una de las carabelas de Cristóbal Colón y sin quererlo “descubrió” un nuevo mundo. La historia de Padan es narrada por Adrião solo en el escenario, interpretando a todos los personajes de la obra El descubrimiento de las Américas, basada en el texto del mismo nombre del escritor italiano Dario Fo. Adrião se mueve sobre el escenario con una energía deslumbrante, que arranca risas y electrifica al público. Su tragicómico personaje, el tal Padan, se aprovecha de las circunstancias, de la suerte y de la cruz, para cautivar a los nativos del nuevo mundo y liderar un movimiento de insurrección para expulsar a los conquistadores de sus tierras.
Adrião hipnotiza con su despliegue sobre el escenario, a pesar de llevar 20 años interpretando este monólogo. Es, sin embargo, la primera vez que llega a México y lo hace en el contexto del Festival Internacional Cervantino, uno de los grandes encuentros del teatro, la música y la danza en el mundo, cuyo invitado de honor este año es Brasil. La rocambolesca vida de Padan, sus infortunios y malabares de supervivencia arrancan risas del público, pero también son una reflexión sobre cómo contamos la historia, quién la cuenta y cómo esos hechos han llegado en forma de mitos hasta nuestros días. El monólogo también toca temas sensibles, como las heridas abiertas por la conquista, el racismo, el clasismo o el miedo al otro, al que podemos ver como diferente.
La mañana del viernes, antes de su función, Adrião se mostraba emocionado por estar en México, describía con entusiasmo la diversidad cultural que ha visto en estos días en este país y lamentaba la separación que hay entre Brasil y el resto del continente que habla español, una desunión más profunda que la marcada por las fronteras terrestres. Brasil, se lamenta, vive de espaldas a la América hispana. De ese distanciamiento, de la división creada por las políticas del expresidente Jair Bolsonaro en su país y del “poder transformador” del teatro conversa este actor durante una entrevista con EL PAÍS.
Pregunta. ¿Cómo es eso de que Brasil le da la espalda a la América que habla español?
Respuesta. Como tenemos de frente el mar, de donde se llega y se parte, tengo la sensación de que estamos siempre mirando la otra parte del Atlántico, especialmente Europa o Estados Unidos, cuando tenemos hermanos con una presencia cultural fortísima y que perdemos mucho si no nos volvemos a ellos y nos abrazamos.
P. ¿Por qué no ha ocurrido ese encuentro?
R. Por el simple hecho de que no tuvimos hasta ahora el español con una importancia fundamental en la enseñanza de las escuelas como segunda lengua, como ha sido el inglés por ser una lengua importante de comunicación política, pero hasta en Estados Unidos se habla mucho español. Brasil no ha asumido esta oportunidad de volverse y de abrazar a América Latina, porque aunque seamos grandes somos los únicos que hablamos portugués. Y tenemos esta falsa historia de que no tuvimos guerras como las que ocurrieron con la partición del imperio español en América.
P. Lleva interpretando esta obra sobre lo que hemos llamado el descubrimiento de América. En México es una herida muy abierta, que hoy despierta debates acalorados. ¿Sucede lo mismo en Brasil?
R. En Brasil es más claro hoy en día que sigue siendo una herida abierta. Solamente en los últimos diez años una nueva generación empezó a traer, por un movimiento global, algunas cuestiones que reabren heridas que estaban falsamente cerradas. Brasil es un país que vive hoy un momento de cuestionar su identidad, de preguntarse quiénes somos. Es un momento muy delicado y necesitamos más tiempo para sanar esas heridas.
P. ¿El racismo?
R. Sí. Me acuerdo que cuando era joven decía que Brasil no era un país racista. ¡Y no es verdad! El racismo está más allá de un tema de color de piel, porque incluye la condición social. Y eso se ve en el día a día, con la cantidad de gente sin oportunidades, en desventaja, debido a su origen. Y está también la política, que hace que la escuela pública no tenga calidad, que la salud pública no sea la mejor. La globalización, el auge de las redes sociales, nos ha demostrado la magnitud de ese abismo.
P. Una nueva herida para Brasil ha sido la división que creó en la sociedad el expresidente Jair Bolsonaro.
R. Claro. Digamos que una cosa buena que hizo Jair Bolsonaro es quitar la máscara a muchas personas. Muchas familias con Bolsonaro se destruyeron en términos de relación, porque los hijos descubrieron que no estaban de acuerdo con sus hermanos o con sus padres. Personas que fueron a las mismas escuelas y que tuvieron la misma educación. ¿Cómo se explica esto? Es difícil de ver que hay personas que no comprenden el mal que hicieron estos cuatro años de este gobierno, los pasos para atrás que dimos. Una bomba que destruye muy rápido y cuya reconstrucción será muy difícil.
P. Hay mucha gente que le sigue apoyando.
R. Sí. Hay una división importantísima. Es increíble ver cómo personas inteligentes que ven las malas cosas que hizo, puedan pensar que puede ser bueno para el país, para el pueblo, que una política de extrema derecha pueda ser buena. No comprendo.
P. ¿Por qué cree que lo votan?
R. Porque quieren garantizar lo que tienen. Ahora que se cayó la máscara no tienen miedo de decir que mi hijo estudie junto al hijo de un pobre. Lula es un buen ejemplo. Él es una persona, aparte de su inteligencia y de sus habilidades, que viene de un origen humilde. Y hay gente que no soporta la idea de que una persona sin carrera académica sea un presidente de la República. Es insoportable.
P. ¿Cree que este nuevo Gobierno del presidente Lula pueda reconciliar el país?
R. Lo está intentando. Lula es un animal político, muy inteligente. Comprendió que tiene que dialogar, que la política es diálogo. No puede ser una persona extrema y por eso la izquierda en Brasil está también muy dividida. Se queda más débil, porque está comprometida con detalles, mientras que la derecha no tiene compromiso moral con nada. Las cuestiones que hacen la división de la izquierda son genuinas, pero deben hacerse a un lado para mantener una política social, más progresista.
P. ¿Puede convencer Lula a los brasileños para que no vuelvan a dejarse seducir por la extrema derecha?
R. No creo que se pueda tanto. La situación es dramática y Lula tiene casi ochenta años. Hace 40 años que está en la vida política, la primera vez que participó fue en 1989. En dos años tenemos nuevas elecciones presidenciales y la derecha está cada vez más fuerte. Como tiene mucho menos compromiso moral, quiere el poder a toda costa. Es incomprensible, porque Brasil es un país de necesitados, pero muchas de esas personas lo votan.
P. ¿Puede el teatro jugar un papel de cambio en sociedades polarizadas?
R. El teatro es un lugar de élite, aunque también se haga teatro popular. Llega a menos gente, no forma parte de la vida cotidiana de la gente. Conozco mucha gente feliz que nunca fue al teatro. No basta con el teatro. Es cada vez más político, cada vez más fuerte, pero se hace teatro para las mismas personas. Es muy difícil llegar con el teatro a otra gente, pero es importante seguir haciéndolo teniendo consciencia del poder increíble que tiene el teatro.
P. ¿Cuál es ese poder?
R. El poder de transformación personal. Puede haber una familia de derecha, de militares, que al ver teatro ven algo que no sabían que existía. Eso pasó conmigo. Yo tenía 18 años cuando el teatro transformó mis visiones, porque yo soy hijo de militares. Mi padre fue un teniente en el periodo de la dictadura y demoré más tiempo en comprender lo que pasaba. Yo hice la escuela militar, pero cuando llegó el teatro vi que era una cosa que no conocía, que era fuerte, bonito, que me movía.
P. ¿Y produjo una transformación política?
R. Claro, porque en mi familia no había una tradición ni de cultura artística y si había de política era a la derecha, porque estaba dentro del sistema. Hoy en día mi familia es diferente.
P. La cultura puede jugar un papel en ese cambio. Decía usted hace poco que hasta alguien de extrema derecha canta en la ducha.
R. [Ríe]. Lo hacen sin entenderlo. Chico Buarque estaba en una demanda jurídica con el hijo de Bolsonaro que usaba una de sus canciones. Y decía que no puede usar una de sus canciones para su propaganda, simplemente no puede. Se llega a ese nivel absurdo de parte de la derecha. Pero mira, un festival como este me da la certeza de que estamos en el lado correcto, aunque esto no sea suficiente, porque no basta con que yo esté tranquilo con mi cabeza y mi corazón, porque sé que la mayor parte de la gente está en malas condiciones.
P. ¿Deben tener los artistas una posición política, tomar partido?
R. Sí, naturalmente. Es espantoso cuando vemos a un artista con una posición de extrema derecha. Eso es incomprensible. Pero con eso ves que no basta con ser artista. El artista es un ser político y debe mirar su realidad y comprender que puede ser un poco mejor. Estamos en un mundo muy superficial, donde es más importante decir lo que estás haciendo que hacerlo. Y estar es político, porque lo que cuenta no es ser un influenciador, sino transformarse. Y la cultura es eso, es transformación.
El intérprete brasileño presenta en el Festival Cervantino su monólogo ‘El descubrimiento de las Américas’, en el que desguaza mitos históricos EL PAÍS
El actor Julio Adrião (Río de Janeiro, 64 años) convirtió el Teatro Cervantes, de Guanajuato, en una enorme ventana desde la que el espectador podía asomarse a la historia. Precisamente a la del siglo XV, cuando por volteretas de la vida un tal Johan Padan se escapó de la inquisición en Italia, se coló en una de las carabelas de Cristóbal Colón y sin quererlo “descubrió” un nuevo mundo. La historia de Padan es narrada por Adrião solo en el escenario, interpretando a todos los personajes de la obra El descubrimiento de las Américas, basada en el texto del mismo nombre del escritor italiano Dario Fo. Adrião se mueve sobre el escenario con una energía deslumbrante, que arranca risas y electrifica al público. Su tragicómico personaje, el tal Padan, se aprovecha de las circunstancias, de la suerte y de la cruz, para cautivar a los nativos del nuevo mundo y liderar un movimiento de insurrección para expulsar a los conquistadores de sus tierras.
Adrião hipnotiza con su despliegue sobre el escenario, a pesar de llevar 20 años interpretando este monólogo. Es, sin embargo, la primera vez que llega a México y lo hace en el contexto del Festival Internacional Cervantino, uno de los grandes encuentros del teatro, la música y la danza en el mundo, cuyo invitado de honor este año es Brasil. La rocambolesca vida de Padan, sus infortunios y malabares de supervivencia arrancan risas del público, pero también son una reflexión sobre cómo contamos la historia, quién la cuenta y cómo esos hechos han llegado en forma de mitos hasta nuestros días. El monólogo también toca temas sensibles, como las heridas abiertas por la conquista, el racismo, el clasismo o el miedo al otro, al que podemos ver como diferente.
La mañana del viernes, antes de su función, Adrião se mostraba emocionado por estar en México, describía con entusiasmo la diversidad cultural que ha visto en estos días en este país y lamentaba la separación que hay entre Brasil y el resto del continente que habla español, una desunión más profunda que la marcada por las fronteras terrestres. Brasil, se lamenta, vive de espaldas a la América hispana. De ese distanciamiento, de la división creada por las políticas del expresidente Jair Bolsonaro en su país y del “poder transformador” del teatro conversa este actor durante una entrevista con EL PAÍS.
Pregunta. ¿Cómo es eso de que Brasil le da la espalda a la América que habla español?
Respuesta. Como tenemos de frente el mar, de donde se llega y se parte, tengo la sensación de que estamos siempre mirando la otra parte del Atlántico, especialmente Europa o Estados Unidos, cuando tenemos hermanos con una presencia cultural fortísima y que perdemos mucho si no nos volvemos a ellos y nos abrazamos.
P. ¿Por qué no ha ocurrido ese encuentro?
R. Por el simple hecho de que no tuvimos hasta ahora el español con una importancia fundamental en la enseñanza de las escuelas como segunda lengua, como ha sido el inglés por ser una lengua importante de comunicación política, pero hasta en Estados Unidos se habla mucho español. Brasil no ha asumido esta oportunidad de volverse y de abrazar a América Latina, porque aunque seamos grandes somos los únicos que hablamos portugués. Y tenemos esta falsa historia de que no tuvimos guerras como las que ocurrieron con la partición del imperio español en América.
P. Lleva interpretando esta obra sobre lo que hemos llamado el descubrimiento de América. En México es una herida muy abierta, que hoy despierta debates acalorados. ¿Sucede lo mismo en Brasil?
R. En Brasil es más claro hoy en día que sigue siendo una herida abierta. Solamente en los últimos diez años una nueva generación empezó a traer, por un movimiento global, algunas cuestiones que reabren heridas que estaban falsamente cerradas. Brasil es un país que vive hoy un momento de cuestionar su identidad, de preguntarse quiénes somos. Es un momento muy delicado y necesitamos más tiempo para sanar esas heridas.
P. ¿El racismo?
R. Sí. Me acuerdo que cuando era joven decía que Brasil no era un país racista. ¡Y no es verdad! El racismo está más allá de un tema de color de piel, porque incluye la condición social. Y eso se ve en el día a día, con la cantidad de gente sin oportunidades, en desventaja, debido a su origen. Y está también la política, que hace que la escuela pública no tenga calidad, que la salud pública no sea la mejor. La globalización, el auge de las redes sociales, nos ha demostrado la magnitud de ese abismo.
P. Una nueva herida para Brasil ha sido la división que creó en la sociedad el expresidente Jair Bolsonaro.
R. Claro. Digamos que una cosa buena que hizo Jair Bolsonaro es quitar la máscara a muchas personas. Muchas familias con Bolsonaro se destruyeron en términos de relación, porque los hijos descubrieron que no estaban de acuerdo con sus hermanos o con sus padres. Personas que fueron a las mismas escuelas y que tuvieron la misma educación. ¿Cómo se explica esto? Es difícil de ver que hay personas que no comprenden el mal que hicieron estos cuatro años de este gobierno, los pasos para atrás que dimos. Una bomba que destruye muy rápido y cuya reconstrucción será muy difícil.
P. Hay mucha gente que le sigue apoyando.
R. Sí. Hay una división importantísima. Es increíble ver cómo personas inteligentes que ven las malas cosas que hizo, puedan pensar que puede ser bueno para el país, para el pueblo, que una política de extrema derecha pueda ser buena. No comprendo.
P. ¿Por qué cree que lo votan?
R. Porque quieren garantizar lo que tienen. Ahora que se cayó la máscara no tienen miedo de decir que mi hijo estudie junto al hijo de un pobre. Lula es un buen ejemplo. Él es una persona, aparte de su inteligencia y de sus habilidades, que viene de un origen humilde. Y hay gente que no soporta la idea de que una persona sin carrera académica sea un presidente de la República. Es insoportable.
P. ¿Cree que este nuevo Gobierno del presidente Lula pueda reconciliar el país?
R. Lo está intentando. Lula es un animal político, muy inteligente. Comprendió que tiene que dialogar, que la política es diálogo. No puede ser una persona extrema y por eso la izquierda en Brasil está también muy dividida. Se queda más débil, porque está comprometida con detalles, mientras que la derecha no tiene compromiso moral con nada. Las cuestiones que hacen la división de la izquierda son genuinas, pero deben hacerse a un lado para mantener una política social, más progresista.
P. ¿Puede convencer Lula a los brasileños para que no vuelvan a dejarse seducir por la extrema derecha?
R. No creo que se pueda tanto. La situación es dramática y Lula tiene casi ochenta años. Hace 40 años que está en la vida política, la primera vez que participó fue en 1989. En dos años tenemos nuevas elecciones presidenciales y la derecha está cada vez más fuerte. Como tiene mucho menos compromiso moral, quiere el poder a toda costa. Es incomprensible, porque Brasil es un país de necesitados, pero muchas de esas personas lo votan.
P. ¿Puede el teatro jugar un papel de cambio en sociedades polarizadas?
R. El teatro es un lugar de élite, aunque también se haga teatro popular. Llega a menos gente, no forma parte de la vida cotidiana de la gente. Conozco mucha gente feliz que nunca fue al teatro. No basta con el teatro. Es cada vez más político, cada vez más fuerte, pero se hace teatro para las mismas personas. Es muy difícil llegar con el teatro a otra gente, pero es importante seguir haciéndolo teniendo consciencia del poder increíble que tiene el teatro.
P. ¿Cuál es ese poder?
R. El poder de transformación personal. Puede haber una familia de derecha, de militares, que al ver teatro ven algo que no sabían que existía. Eso pasó conmigo. Yo tenía 18 años cuando el teatro transformó mis visiones, porque yo soy hijo de militares. Mi padre fue un teniente en el periodo de la dictadura y demoré más tiempo en comprender lo que pasaba. Yo hice la escuela militar, pero cuando llegó el teatro vi que era una cosa que no conocía, que era fuerte, bonito, que me movía.
P. ¿Y produjo una transformación política?
R. Claro, porque en mi familia no había una tradición ni de cultura artística y si había de política era a la derecha, porque estaba dentro del sistema. Hoy en día mi familia es diferente.
P. La cultura puede jugar un papel en ese cambio. Decía usted hace poco que hasta alguien de extrema derecha canta en la ducha.
R. [Ríe]. Lo hacen sin entenderlo. Chico Buarque estaba en una demanda jurídica con el hijo de Bolsonaro que usaba una de sus canciones. Y decía que no puede usar una de sus canciones para su propaganda, simplemente no puede. Se llega a ese nivel absurdo de parte de la derecha. Pero mira, un festival como este me da la certeza de que estamos en el lado correcto, aunque esto no sea suficiente, porque no basta con que yo esté tranquilo con mi cabeza y mi corazón, porque sé que la mayor parte de la gente está en malas condiciones.
P. ¿Deben tener los artistas una posición política, tomar partido?
R. Sí, naturalmente. Es espantoso cuando vemos a un artista con una posición de extrema derecha. Eso es incomprensible. Pero con eso ves que no basta con ser artista. El artista es un ser político y debe mirar su realidad y comprender que puede ser un poco mejor. Estamos en un mundo muy superficial, donde es más importante decir lo que estás haciendo que hacerlo. Y estar es político, porque lo que cuenta no es ser un influenciador, sino transformarse. Y la cultura es eso, es transformación.