Esto es un tipo que se cuela en un edificio que no es el suyo y cuando intenta abandonarlo, no puede. Un comienzo tan de chiste (o high concept, en jerigonza audiovisual) deriva más tarde hacia un delirio cuántico, pero nunca deja de ser gracioso. La segunda novela de Jaime Rubio Hancock (Barcelona, 47 años) se llama Sitges (Altamarea Ediciones), pero se desarolla en un edificio de Sants, Barcelona. Hay un agujero en la pared de un apartamento que va a dar directamente al pueblo costero, pero ese Sitges no es exactamente Sitges. Si no lo ha entendido, no se preocupe: es cosa de física cuántica y de un accidente sucedido unas décadas antes que ha hecho que en el edificio las leyes de la física no funcionen del todo bien.. “Siempre he querido escribir una historia que transcurriera en un edificio, es una excusa para mezclar a gente muy diferente”, explica Rubio. “Es un universo cerrado con sus propias reglas, lenguaje e historias. Por otro lado, siempre me han divertido mucho las historias de viajes en el tiempo y la idea de mezclar elementos de ciencia ficción en la vida cotidiana y, sobre todo, que a los personajes les preocupe más lo cotidiano, como el alquiler o el wifi, que lo extraordinario, como el fin del mundo. Nos pasa a todos: durante la pandemia nos dedicamos a hacer pan”.. El resultado es una novela coral en la que un edificio altera la realidad de sus inquilinos: hay una mujer que, en vez de enjevecer, rejuvenece. Tres estudiantes reguleros se convierten en genios. Una pareja se obsesiona con el ejercicio físico. Hay una vecina que, todas las noches, se convierte en vecino. Y una vivienda estancada en 1973. Y en el bar de la planta baja las matemáticas no funcionan. Lo más llamativo de Sitges es como, de forma buscada o no, acaba sugiriendo que todos los problemas que nos azotan en el siglo XXI (desigualdad, edadismo, adanismo, machismo, transfobia, turismo, subida del alquiler y hasta las grietas de las paredes) pueden explicarse no solo como una suma de errores históricos, sociales y humanos, sino, simplemente, como un fallo cuántico.. “Ya decía Fredric Jameson que es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Esto es algo parcialmente buscado, me parecía lógico que los personajes tuvieran problemas como los que tenemos todos. El agujero de gusano sirve como excusa para provocarlos y exagerarlos, pero al final lo que hay es un poco de ciencia ficción costumbrista”.. Si Rubio parece huir de un análisis grandilocuente es porque, tal vez, Sitges no es una novela que quiera tomarse demasiado en serio a sí misma. “Me inspira la ciencia ficción clásica, divertida y sin complejos, la que no siente la necesidad de explicar a su lector qué significa ser humano”. Es, sobre todo, una comedia, porque Rubio considera que el fin del mundo tiene algo de ironía: “El apocalipsis es un señor que resbala en una piel de plátano que ha tirado él mismo”.. Tras escribir sobre las dinámicas laborales en El informe Penkse y las cuántico-vecinales en Sitges, se encuentra trabajando en algo que ocurre en “una ciudad pequeña durante un fin de semana” y acaricia la idea de meterle mano a la idea de la muerte. “Es un apocalipsis pequeñito, individual, a medida. No sé cuál es el remate del chiste, pero alguno tiene que haber”. Al final del libro, en los agradecimientos, el autor insta al lector a comprarse otro libro en lugar del suyo y hasta le facilita el título. ¿No es eso autoboicot? Rubio asegura que todo lo contrario: es puro marketing. “No os necesito. Me da igual vuestro dinero. Escribo porque soy un artista”. ¿Le ha funcionado? “Hasta ahora, no”.. Seguir leyendo
Esto es un tipo que se cuela en un edificio que no es el suyo y cuando intenta abandonarlo, no puede. Un comienzo tan de chiste (o high concept, en jerigonza audiovisual) deriva más tarde hacia un delirio cuántico, pero nunca deja de ser gracioso. La segunda novela de Jaime Rubio Hancock (Barcelona, 47 años) se llama Sitges (Altamarea Ediciones), pero se desarolla en un edificio de Sants, Barcelona. Hay un agujero en la pared de un apartamento que va a dar directamente al pueblo costero, pero ese Sitges no es exactamente Sitges. Si no lo ha entendido, no se preocupe: es cosa de física cuántica y de un accidente sucedido unas décadas antes que ha hecho que en el edificio las leyes de la física no funcionen del todo bien. “Siempre he querido escribir una historia que transcurriera en un edificio, es una excusa para mezclar a gente muy diferente”, explica Rubio. “Es un universo cerrado con sus propias reglas, lenguaje e historias. Por otro lado, siempre me han divertido mucho las historias de viajes en el tiempo y la idea de mezclar elementos de ciencia ficción en la vida cotidiana y, sobre todo, que a los personajes les preocupe más lo cotidiano, como el alquiler o el wifi, que lo extraordinario, como el fin del mundo. Nos pasa a todos: durante la pandemia nos dedicamos a hacer pan”. El resultado es una novela coral en la que un edificio altera la realidad de sus inquilinos: hay una mujer que, en vez de enjevecer, rejuvenece. Tres estudiantes reguleros se convierten en genios. Una pareja se obsesiona con el ejercicio físico. Hay una vecina que, todas las noches, se convierte en vecino. Y una vivienda estancada en 1973. Y en el bar de la planta baja las matemáticas no funcionan. Lo más llamativo de Sitges es como, de forma buscada o no, acaba sugiriendo que todos los problemas que nos azotan en el siglo XXI (desigualdad, edadismo, adanismo, machismo, transfobia, turismo, subida del alquiler y hasta las grietas de las paredes) pueden explicarse no solo como una suma de errores históricos, sociales y humanos, sino, simplemente, como un fallo cuántico. “Ya decía Fredric Jameson que es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Esto es algo parcialmente buscado, me parecía lógico que los personajes tuvieran problemas como los que tenemos todos. El agujero de gusano sirve como excusa para provocarlos y exagerarlos, pero al final lo que hay es un poco de ciencia ficción costumbrista”. Si Rubio parece huir de un análisis grandilocuente es porque, tal vez, Sitges no es una novela que quiera tomarse demasiado en serio a sí misma. “Me inspira la ciencia ficción clásica, divertida y sin complejos, la que no siente la necesidad de explicar a su lector qué significa ser humano”. Es, sobre todo, una comedia, porque Rubio considera que el fin del mundo tiene algo de ironía: “El apocalipsis es un señor que resbala en una piel de plátano que ha tirado él mismo”. Tras escribir sobre las dinámicas laborales en El informe Penkse y las cuántico-vecinales en Sitges, se encuentra trabajando en algo que ocurre en “una ciudad pequeña durante un fin de semana” y acaricia la idea de meterle mano a la idea de la muerte. “Es un apocalipsis pequeñito, individual, a medida. No sé cuál es el remate del chiste, pero alguno tiene que haber”. Al final del libro, en los agradecimientos, el autor insta al lector a comprarse otro libro en lugar del suyo y hasta le facilita el título. ¿No es eso autoboicot? Rubio asegura que todo lo contrario: es puro marketing. “No os necesito. Me da igual vuestro dinero. Escribo porque soy un artista”. ¿Le ha funcionado? “Hasta ahora, no”. Seguir leyendo
Ciencia ficción. En su segunda novela, ‘Sitges’, el periodista y escritor relata un probable fin del mundo que comienza cuando una grieta aparece en un edificio de Barcelona. El periodista y escritor Jaime Rubio Hancock, fotografiado en Madrid.Jaime Villanueva. Esto es un tipo que se cuela en un edificio que no es el suyo y cuando intenta abandonarlo, no puede. Un comienzo tan de chiste (o high concept, en jerigonza audiovisual) deriva más tarde hacia un delirio cuántico, pero nunca deja de ser gracioso. La segunda novela de Jaime Rubio Hancock (Barcelona, 47 años) se llama Sitges (Altamarea Ediciones), pero se desarolla en un edificio de Sants, Barcelona. Hay un agujero en la pared de un apartamento que va a dar directamente al pueblo costero, pero ese Sitges no es exactamente Sitges. Si no lo ha entendido, no se preocupe: es cosa de física cuántica y de un accidente sucedido unas décadas antes que ha hecho que en el edificio las leyes de la física no funcionen del todo bien.. “Siempre he querido escribir una historia que transcurriera en un edificio, es una excusa para mezclar a gente muy diferente”, explica Rubio. “Es un universo cerrado con sus propias reglas, lenguaje e historias. Por otro lado, siempre me han divertido mucho las historias de viajes en el tiempo y la idea de mezclar elementos de ciencia ficción en la vida cotidiana y, sobre todo, que a los personajes les preocupe más lo cotidiano, como el alquiler o el wifi, que lo extraordinario, como el fin del mundo. Nos pasa a todos: durante la pandemia nos dedicamos a hacer pan”.. El resultado es una novela coral en la que un edificio altera la realidad de sus inquilinos: hay una mujer que, en vez de enjevecer, rejuvenece. Tres estudiantes reguleros se convierten en genios. Una pareja se obsesiona con el ejercicio físico. Hay una vecina que, todas las noches, se convierte en vecino. Y una vivienda estancada en 1973. Y en el bar de la planta baja las matemáticas no funcionan. Lo más llamativo de Sitges es como, de forma buscada o no, acaba sugiriendo que todos los problemas que nos azotan en el siglo XXI (desigualdad, edadismo, adanismo, machismo, transfobia, turismo, subida del alquiler y hasta las grietas de las paredes) pueden explicarse no solo como una suma de errores históricos, sociales y humanos, sino, simplemente, como un fallo cuántico.. Portada de ‘Sitges’, la segunda novela de Jaime Rubio Hancock, publicada por Altamarea.Altamarea Ediciones. “Ya decía Fredric Jameson que es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Esto es algo parcialmente buscado, me parecía lógico que los personajes tuvieran problemas como los que tenemos todos. El agujero de gusano sirve como excusa para provocarlos y exagerarlos, pero al final lo que hay es un poco de ciencia ficción costumbrista”.. Si Rubio parece huir de un análisis grandilocuente es porque, tal vez, Sitges no es una novela que quiera tomarse demasiado en serio a sí misma. “Me inspira la ciencia ficción clásica, divertida y sin complejos, la que no siente la necesidad de explicar a su lector qué significa ser humano”. Es, sobre todo, una comedia, porque Rubio considera que el fin del mundo tiene algo de ironía: “El apocalipsis es un señor que resbala en una piel de plátano que ha tirado él mismo”.. Tras escribir sobre las dinámicas laborales en El informe Penkse y las cuántico-vecinales en Sitges, se encuentra trabajando en algo que ocurre en “una ciudad pequeña durante un fin de semana” y acaricia la idea de meterle mano a la idea de la muerte. “Es un apocalipsis pequeñito, individual, a medida. No sé cuál es el remate del chiste, pero alguno tiene que haber”. Al final del libro, en los agradecimientos, el autor insta al lector a comprarse otro libro en lugar del suyo y hasta le facilita el título. ¿No es eso autoboicot? Rubio asegura que todo lo contrario: es puro marketing. “No os necesito. Me da igual vuestro dinero. Escribo porque soy un artista”. ¿Le ha funcionado? “Hasta ahora, no”.. Tu suscripción se está usando en otro dispositivo. ¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?. Añadir usuarioContinuar leyendo aquí. Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.. ¿Por qué estás viendo esto?. Flecha. Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.. Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.. ¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.. 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