Más de tres mil millones de personas, en torno a la mitad de los habitantes de la Tierra, hablamos lenguas surgidas de una raíz común. De la India a Irlanda, de Lituania a Grecia, de Italia a Rusia, y por supuesto también en América, Oceanía y África, nos comunicamos en lenguas que hace cinco mil años eran la misma: el protoindoeuropeo. Es origen de 12 subramas principales y unas 450 lenguas: del urdu al kurdo, del gaélico al gallego, del armenio al bengalí. En Indoeuropeos. La revolución científica que está reescribiendo la historia, J. P. Mallory, catedrático emérito en Arqueología Prehistórica de la Queen’s University de Belfast, elabora un panorama riguroso y erudito de las investigaciones que, a lo largo de más de dos siglos, han tratado de descubrir quiénes, dónde y cuándo hablaban esa lengua. Es el hombre adecuado para hacerlo: autor del clásico In Search of the Indo-Europeans (1989) y de The Oxford Introduction to Proto-Indo-European and the Proto-Indo-European World (2006), escrito con Douglas Adams, ofrece un estado de la cuestión y el resumen del trabajo de una vida. La aparición de este volumen lleno de información, hipótesis y refutaciones a menudo humorísticas, y escrito con un dominio apabullante de disciplinas muy diversas, ha coincidido con la publicación de Proto, de la periodista Laura Spinney, que tiene un aire más divulgativo y todavía no se ha traducido al castellano.. Aunque había observaciones previas (y algunos encuentran alusiones en la Biblia), la historia de la búsqueda del indoeuropeo comienza con una conferencia de 1786, en la Royal Asiatic Society of Bengal, donde sir William Jones señaló el parentesco entre el sánscrito, el latín y el griego (y el gótico y el céltico). Hegel consideraba que ese instante equivalía al descubrimiento de un mundo nuevo. La historia de las investigaciones que cuenta Mallory está llena de inteligencia, pasión, genios, chalados y racistas. Las ramificaciones y sus conexiones con la cultura y el desarrollo tecnológico —el carro, el arado, la domesticación de los animales, las similitudes en mitologías lejanas— son fascinantes; los parecidos léxicos, aunque resulten conocidos, asombrosos.. En el camino aparecen expertos de diversas disciplinas: sobre todo lingüistas y arqueólogos, pero también estudiosos de la antropología y la mitología; ha tenido figuras brillantes como la lituana Mariana Gimbutas y ha sufrido manipulaciones nacionalistas. Cada disciplina presenta tendencias diversas y a veces enfrentadas, y ninguna técnica —desde el análisis de las divisiones de las lenguas o su carácter más o menos arcaico hasta el examen de las formas de los enterramientos o las técnicas de alfarería— puede aportar por sí sola una solución convincente.. La lengua, la genética y la cultura no siempre están unidas; las formas en que las lenguas coexisten o se imponen son múltiples. En un primer momento, la opción considerada más verosímil para la zona en que se hablaba originalmente el protoindoeuropeo era la estepa póntica, al norte del mar Negro (ahora con frecuencia inaccesible para los investigadores, a causa de la invasión rusa de Ucrania): la domesticación del caballo y su utilización para la conquista solía ser la hipótesis preferida de los lingüistas. Arqueólogos nazis, que tergiversaban o malinterpretaban el término “ario”, postulaban un origen más septentrional, en el norte de Europa.. Más tarde, sobre todo a partir de evidencias arqueológicas, estudiosos como Colin Renfrew apuntaban a Anatolia y al desarrollo de la agricutura. Mallory, en In Search of the Indo-Europeans, se decantaba en minoría por la estepa. En los últimos años, los avances en la investigación genética han renovado lo que sabemos de las migraciones y poblaciones prehistóricas: es la revolución a la que alude el título. Parecen apoyar la idea de que el origen está en la estepa, en una cultura denominada Yamnaya. Es también lo que argumenta Mallory, aunque cautelosamente: la evidencia es escasa y ciertas interpretaciones pueden ser discutibles. Algunas hipótesis descartadas han regresado con fuerza en esta aventura tan rocambolesca como fascinante.. Seguir leyendo
Más de tres mil millones de personas, en torno a la mitad de los habitantes de la Tierra, hablamos lenguas surgidas de una raíz común. De la India a Irlanda, de Lituania a Grecia, de Italia a Rusia, y por supuesto también en América, Oceanía y África, nos comunicamos en lenguas que hace cinco mil años eran la misma: el protoindoeuropeo. Es origen de 12 subramas principales y unas 450 lenguas: del urdu al kurdo, del gaélico al gallego, del armenio al bengalí. En Indoeuropeos. La revolución científica que está reescribiendo la historia, J. P. Mallory, catedrático emérito en Arqueología Prehistórica de la Queen’s University de Belfast, elabora un panorama riguroso y erudito de las investigaciones que, a lo largo de más de dos siglos, han tratado de descubrir quiénes, dónde y cuándo hablaban esa lengua. Es el hombre adecuado para hacerlo: autor del clásico In Search of the Indo-Europeans (1989) y de The Oxford Introduction to Proto-Indo-European and the Proto-Indo-European World (2006), escrito con Douglas Adams, ofrece un estado de la cuestión y el resumen del trabajo de una vida. La aparición de este volumen lleno de información, hipótesis y refutaciones a menudo humorísticas, y escrito con un dominio apabullante de disciplinas muy diversas, ha coincidido con la publicación de Proto, de la periodista Laura Spinney, que tiene un aire más divulgativo y todavía no se ha traducido al castellano.Aunque había observaciones previas (y algunos encuentran alusiones en la Biblia), la historia de la búsqueda del indoeuropeo comienza con una conferencia de 1786, en la Royal Asiatic Society of Bengal, donde sir William Jones señaló el parentesco entre el sánscrito, el latín y el griego (y el gótico y el céltico). Hegel consideraba que ese instante equivalía al descubrimiento de un mundo nuevo. La historia de las investigaciones que cuenta Mallory está llena de inteligencia, pasión, genios, chalados y racistas. Las ramificaciones y sus conexiones con la cultura y el desarrollo tecnológico —el carro, el arado, la domesticación de los animales, las similitudes en mitologías lejanas— son fascinantes; los parecidos léxicos, aunque resulten conocidos, asombrosos.En el camino aparecen expertos de diversas disciplinas: sobre todo lingüistas y arqueólogos, pero también estudiosos de la antropología y la mitología; ha tenido figuras brillantes como la lituana Mariana Gimbutas y ha sufrido manipulaciones nacionalistas. Cada disciplina presenta tendencias diversas y a veces enfrentadas, y ninguna técnica —desde el análisis de las divisiones de las lenguas o su carácter más o menos arcaico hasta el examen de las formas de los enterramientos o las técnicas de alfarería— puede aportar por sí sola una solución convincente. La lengua, la genética y la cultura no siempre están unidas; las formas en que las lenguas coexisten o se imponen son múltiples. En un primer momento, la opción considerada más verosímil para la zona en que se hablaba originalmente el protoindoeuropeo era la estepa póntica, al norte del mar Negro (ahora con frecuencia inaccesible para los investigadores, a causa de la invasión rusa de Ucrania): la domesticación del caballo y su utilización para la conquista solía ser la hipótesis preferida de los lingüistas. Arqueólogos nazis, que tergiversaban o malinterpretaban el término “ario”, postulaban un origen más septentrional, en el norte de Europa.Más tarde, sobre todo a partir de evidencias arqueológicas, estudiosos como Colin Renfrew apuntaban a Anatolia y al desarrollo de la agricutura. Mallory, en In Search of the Indo-Europeans, se decantaba en minoría por la estepa. En los últimos años, los avances en la investigación genética han renovado lo que sabemos de las migraciones y poblaciones prehistóricas: es la revolución a la que alude el título. Parecen apoyar la idea de que el origen está en la estepa, en una cultura denominada Yamnaya. Es también lo que argumenta Mallory, aunque cautelosamente: la evidencia es escasa y ciertas interpretaciones pueden ser discutibles. Algunas hipótesis descartadas han regresado con fuerza en esta aventura tan rocambolesca como fascinante. Seguir leyendo
Crítica Literaria. Crítica. Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia. Más de tres mil millones de personas, en torno a la mitad de los habitantes de la Tierra, hablamos lenguas surgidas de una raíz común. Desde hace dos siglos y medio hay investigaciones para descubrirla: es una historia de nuestra civilización. Alfasilabario (alfabeto silábico) de la escritura kharoshthi, usada por la cultura gandhara de Pakistán para escribir los idiomas gandhari y sánscrito. Se utilizó desde mediados del siglo III a. C. hasta su desaparición en su tierra natal alrededor del siglo III d. C, aunque luego pudo haber sobrevivido varios siglos más en zonas remotas a lo largo de la Ruta de la Seda.Pictures From History (UIG/Getty Images). Más de tres mil millones de personas, en torno a la mitad de los habitantes de la Tierra, hablamos lenguas surgidas de una raíz común. De la India a Irlanda, de Lituania a Grecia, de Italia a Rusia, y por supuesto también en América, Oceanía y África, nos comunicamos en lenguas que hace cinco mil años eran la misma: el protoindoeuropeo. Es origen de 12 subramas principales y unas 450 lenguas: del urdu al kurdo, del gaélico al gallego, del armenio al bengalí. En Indoeuropeos. La revolución científica que está reescribiendo la historia, J. P. Mallory, catedrático emérito en Arqueología Prehistórica de la Queen’s University de Belfast, elabora un panorama riguroso y erudito de las investigaciones que, a lo largo de más de dos siglos, han tratado de descubrir quiénes, dónde y cuándo hablaban esa lengua. Es el hombre adecuado para hacerlo: autor del clásico In Search of the Indo-Europeans (1989) y de The Oxford Introduction to Proto-Indo-European and the Proto-Indo-European World (2006), escrito con Douglas Adams, ofrece un estado de la cuestión y el resumen del trabajo de una vida. La aparición de este volumen lleno de información, hipótesis y refutaciones a menudo humorísticas, y escrito con un dominio apabullante de disciplinas muy diversas, ha coincidido con la publicación de Proto, de la periodista Laura Spinney, que tiene un aire más divulgativo y todavía no se ha traducido al castellano.. Aunque había observaciones previas (y algunos encuentran alusiones en la Biblia), la historia de la búsqueda del indoeuropeo comienza con una conferencia de 1786, en la Royal Asiatic Society of Bengal, donde sir William Jones señaló el parentesco entre el sánscrito, el latín y el griego (y el gótico y el céltico). Hegel consideraba que ese instante equivalía al descubrimiento de un mundo nuevo. La historia de las investigaciones que cuenta Mallory está llena de inteligencia, pasión, genios, chalados y racistas. Las ramificaciones y sus conexiones con la cultura y el desarrollo tecnológico —el carro, el arado, la domesticación de los animales, las similitudes en mitologías lejanas— son fascinantes; los parecidos léxicos, aunque resulten conocidos, asombrosos.. En el camino aparecen expertos de diversas disciplinas: sobre todo lingüistas y arqueólogos, pero también estudiosos de la antropología y la mitología; ha tenido figuras brillantes como la lituana Mariana Gimbutas y ha sufrido manipulaciones nacionalistas. Cada disciplina presenta tendencias diversas y a veces enfrentadas, y ninguna técnica —desde el análisis de las divisiones de las lenguas o su carácter más o menos arcaico hasta el examen de las formas de los enterramientos o las técnicas de alfarería— puede aportar por sí sola una solución convincente.. La lengua, la genética y la cultura no siempre están unidas; las formas en que las lenguas coexisten o se imponen son múltiples. En un primer momento, la opción considerada más verosímil para la zona en que se hablaba originalmente el protoindoeuropeo era la estepa póntica, al norte del mar Negro (ahora con frecuencia inaccesible para los investigadores, a causa de la invasión rusa de Ucrania): la domesticación del caballo y su utilización para la conquista solía ser la hipótesis preferida de los lingüistas. Arqueólogos nazis, que tergiversaban o malinterpretaban el término “ario”, postulaban un origen más septentrional, en el norte de Europa.. Más tarde, sobre todo a partir de evidencias arqueológicas, estudiosos como Colin Renfrew apuntaban a Anatolia y al desarrollo de la agricutura. Mallory, en In Search of the Indo-Europeans, se decantaba en minoría por la estepa. En los últimos años, los avances en la investigación genética han renovado lo que sabemos de las migraciones y poblaciones prehistóricas: es la revolución a la que alude el título. Parecen apoyar la idea de que el origen está en la estepa, en una cultura denominada Yamnaya. Es también lo que argumenta Mallory, aunque cautelosamente: la evidencia es escasa y ciertas interpretaciones pueden ser discutibles. Algunas hipótesis descartadas han regresado con fuerza en esta aventura tan rocambolesca como fascinante.. James Patrick Mallory. Traducción de Diego Suárez Martínez. Despertaferro, 2025. 456 páginas. 27,95 euros. Búsquelo en su librería. Tu suscripción se está usando en otro dispositivo. ¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?. Añadir usuarioContinuar leyendo aquí. Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.. ¿Por qué estás viendo esto?. Flecha. Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.. Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. 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