‘Anoche conquisté Tebas’, su primer largometraje, sorprende en la sección Orizzonti de la Mostra por su rigor inmisericorde, anómalo y a contracorriente Leer
‘Anoche conquisté Tebas’, su primer largometraje, sorprende en la sección Orizzonti de la Mostra por su rigor inmisericorde, anómalo y a contracorriente Leer
El tiempo, más allá de los anticiclones y las borrascas, es probablemente la única obsesión con sentido, con sentido del propio tiempo, con sentido del espacio que se forma y deforma a su paso y, ya puestos, con sentido de su falta de sentido. El tiempo no forma parte de la vida, sino que es la propia vida la que adquiere su carácter de tal, de vida, gracias a, precisamente, el tiempo.. Digamos que esta, por llamarla de alguna manera, reflexión circular podría muy bien figurar en la solapa de una película como Anoche conquisté Tebas. Gabriel Azorín debuta en el largometraje y su propuesta recién presentada en la sección Giornate degli autori de la Mostra de Venecia se descubre como un delicado, pautado, anómalo y riguroso ejercicio de cine sin tiempo; o, mejor, de cine que invita al espectador a habitar la extraña atemporalidad de una producción que discurre a la vez en la Antigua Roma y en el presente. Sin solución de continuidad, sin rupturas, sin falsos decorados, sin nada más que la noche, la conversación, el agua, las estrellas y la sensación detenida de, otra vez, el tiempo.. «Todo surgió», razona el cineasta debutante, «cuando visité con una amiga las termas romanas de Bande, en Orense. Eran una especie de bañeras con forma de sarcófago. Me quedé solo por la noche mirando las estrellas. ‘¿Cuánta gente no habrá hecho lo mismo a lo largo de la historia desde su construcción?’, pensé. Te sientes solo y a la vez, acompañado». La película hace pie en esta intuición y, desde ahí, se deja lleva por el vapor de unas imágenes que igual podrían ser del más remoto pasado que del más rabioso presente. Sin tiempo.. BEGIN AGAIN FILMS. La cinta cuenta cómo unos soldados romanos se cuentan sus miedos, sus deseos y sus renuncias. Y, a la vez, cuenta cómo unos jóvenes portugueses contemporáneos se cuentan lo mismo: deseos, miedos y renuncias. «Lo cierto es que los hombres pasamos mucho tiempo juntos y no somos capaces de decirnos lo que realmente nos importa o nos preocupa. Hemos perdido, al contrario que las mujeres, el arte de la conversación. Una amiga me dijo que la película le parecía de ciencia-ficción porque pocas veces había visto a hombres hablando de verdad y no mostrando una máscara para cautivar a los demás», dice Azorín, y no queda otra que darle la razón.. A contracorriente del cine que ahora pasa por nuevo, empeñado en sacrificar diálogos en el altar del verismo, Anoche conquisté Tebas vive toda ella en la palabra. La de este director, que cita antes a Margarida Cordeiro y António Reis que a Mia Hansen-Love, es una propuesta tan pendiente de lo que se escucha como atenta a todo aquello que la cámara habitualmente desprecia. Es un cine de luz entregado a la laboriosa tarea de desvelar misterios y silencios, pero rodado en su mayor parte en la oscuridad, en lo profundo de una noche plagada de estrellas; es un cine irónicamente épico, casi péplum, pero solo pendiente de los gestos íntimos; es cine atravesado por el tiempo, pero, ya se ha dicho, sin tiempo.. Y luego está el latín. Sus personajes hablan o portugués o latín, un idioma que, por lo menos en el cine, no está lo que se dice de moda. «En verdad, lo que no está para nada de moda es simplemente, hablar», dice el director tajante, que asume con una naturalidad entre tremendamente humilde y exageradamente arrogante que, si sus personajes son soldados de la Antigua Roma, lo lógico es que se expresen en latín. Y así lo hacen. Anoche conquisté Tebas ya es la más vaporosa y soberbia anomalía del cine español del año.
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