Como no se le podía discutir la estatura literaria, una adversativa lerda hizo fortuna: «No comparto sus ideas pero es un gran novelista» Leer
Como no se le podía discutir la estatura literaria, una adversativa lerda hizo fortuna: «No comparto sus ideas pero es un gran novelista» Leer
Quizá sea exagerado afirmar que Mario Vargas Llosa ha muerto, porque pocos escritores quedaban vivos con la inmortalidad tan garantizada. Asistió en vida a su propia canonización en la improbable gloria de las tres academias: la Española porque su destino fue la lengua castellana, la Francesa porque metabolizó el magisterio de Flaubert mejor que los franceses y la Sueca por un Nobel de justicia, limpio de ese esnobismo pueril por el que demasiado a menudo los suecos se hacen los suecos ante las candidaturas más obvias. Y aún podríamos añadir la academia de los estudios universitarios que amerita su legado monumental. Recuerdo nuestra emoción de alumnos de primero cuando fue anunciado en la Complutense a principios de siglo y el profesor suspendió la clase, naturalmente: su asignatura se hacía carne y venía a vernos.. El canon empieza y acaba en la disciplina del golpe de tecla. Ese tableteo implacable escandalizaba a la gauche divine de la Costa Brava, que ponía a secar su resaca al sol cuando la olivetti de Mario llevaba ya horas echando humo desde su habitación, avivando la culpa de Carlos Barral, más ocupado en posar de maldito de playa que en escribir. Más tarde no le perdonarían su sonora renuncia al marxismo, seguida de una traición aún mayor: su apuesta suicida por el liberalismo. Como no se le podía discutir la estatura literaria, una adversativa lerda hizo fortuna hasta hoy en esos ámbitos donde se habla de la Cultura con mayúsculas (será por el Ministerio, digo yo): «No comparto sus ideas pero es un gran novelista». Algo así lo dice un necio, que ignora que una sola pasión por la libertad inspiró primero su acercamiento a Castro y después a Reagan, y late por igual en los libros de ambas épocas; o lo dice un cobarde, que sabe que significarse del lado del liberalismo a los ojos del sanedrín cultureta es tontear tontamente con la espiral del silencio. Pero todo su arte nace del mismo foco interior de rebeldía y va ascendiendo a la altura de su ambición: contra el padre violento, contra el internado represor, contra la ceguera ideológica de un país jodido y un continente incurable.. Por eso, a mí de Vargas me atrajo primero su militancia y después me sumergí en las novelas. En la precisión de su fraseo tallado al corte, en la redondez psicológica de los personajes y en la arquitectura de un mundo narrativo que se despliega con rigor geométrico, obediente solo a sus propias reglas. Se tomó la literatura como los patriarcas de la sagrada escritura: si Abraham estuvo dispuesto a sacrificar a su hijo, el novelista debe asumir que su obra es más importante que su vida. Solo así quizá acabe ganando las dos.. Cierta vez me encomendaron moderar un debate entre él y Escohotado. El partido Podemos estaba en auge. Acerté a balbucear que demasiados enemigos del liberalismo disfrutan de Atenas mientras nos prescriben una vida en Esparta. Don Mario sonrió cuando le agradecí de corazón que se hubiera conducido siempre como un ateniense que quería seguir viviendo en Atenas.
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