El principio de los vasos comunicantes se aplica para hacer llegar el agua de los depósitos a los pisos altos, pero en épocas de sequía autoral también explica el trasvase continuo de guiones cinematográficos al teatro. Así sucede con varias películas de los fundadores del movimiento Dogma. Festen, opera prima de Thomas Vintenberg, se ha adaptado al escenario en toda Europa, y El jefe de todo esto, de Lars von Trier, ya suma tres producciones estrenadas en España: las de Garbi Losada (con Ados Teatroa) y Óskar Gómez Mata, elaborada en Suiza, y la última, El jefe del jefe, recién estrenada en el Teatro Pavón por el director argentino Ricardo Hornos, en versión suya y de Fernando Gil, su protagonista.
En esta comedia de enredo grotesca, Von Trier pone un ejemplo práctico de cómo la impostura se agazapa tras la realidad cotidiana. Gabriel, su protagonista, es un empresario que se hace pasar por empleado, para que nadie pueda reprocharle los efectos nefastos de sus decisiones, cuya autoría él atribuye a un CEO ficticio residente en Estados Unidos. Para sostener su mentira, a sus asalariados les hace llegar correos del supuesto jefazo. Un magnate chino, interesado en comprar la empresa y en conocer a su dueño, es el detonante del conflicto en ciernes.
La película original tiene cierto encanto, en buena medida por la relación asimétrica que se establece entre Gabriel y el actor en paro al que contrata para encarnar al CEO ficticio. Peter Gantzler, intérprete del empresario trapisondista, es un actor corpulento, un Mangiafuoco manejando los hilos de ese pobre Pinocho al que encomienda sostener su mentira, encarnado por Jens Albinus, actor cuya fragilidad indecisa recuerda la de Peter Sellers en La pantera rosa. Entre ambos hay química. En la producción teatral estrenada en Madrid, las características del reparto se invierten. Fernando Gil, actor alto, corpulento, encarna al cómico titubeante, mientras que Críspulo Cabezas, más menudito, representa al patrono camaleónico. El efecto que produce esta pareja al primer golpe de vista, pero también después, es contrario a la naturaleza de la relación jerárquica que mantiene. No parece que la parte contratante domine a la parte contratada, cosa que en la película no se pierde de vista ni un solo instante.
Fernando Gil conduce su papel con un histrionismo sostenido, acorde con la linealidad de un montaje en el que casi todas las escenas se mantienen en un plano general, sin relieves. Laura Laprida, actriz argentina, es quien se ajusta mejor a su papel, más agradecido que otros: una mujer entregada a la erótica del poder.
El principio de los vasos comunicantes se aplica para hacer llegar el agua de los depósitos a los pisos altos, pero en épocas de sequía autoral también explica el trasvase continuo de guiones cinematográficos al teatro. Así sucede con varias películas de los fundadores del movimiento Dogma. Festen, opera prima de Thomas Vintenberg, se ha adaptado al escenario en toda Europa, y El jefe de todo esto, de Lars von Trier, ya suma tres producciones estrenadas en España: las de Garbi Losada (con Ados Teatroa) y Óskar Gómez Mata, elaborada en Suiza, y la última, El jefe del jefe, recién estrenada en el Teatro Pavón por el director argentino Ricardo Hornos, en versión suya y de Fernando Gil, su protagonista.En esta comedia de enredo grotesca, Von Trier pone un ejemplo práctico de cómo la impostura se agazapa tras la realidad cotidiana. Gabriel, su protagonista, es un empresario que se hace pasar por empleado, para que nadie pueda reprocharle los efectos nefastos de sus decisiones, cuya autoría él atribuye a un CEO ficticio residente en Estados Unidos. Para sostener su mentira, a sus asalariados les hace llegar correos del supuesto jefazo. Un magnate chino, interesado en comprar la empresa y en conocer a su dueño, es el detonante del conflicto en ciernes.La película original tiene cierto encanto, en buena medida por la relación asimétrica que se establece entre Gabriel y el actor en paro al que contrata para encarnar al CEO ficticio. Peter Gantzler, intérprete del empresario trapisondista, es un actor corpulento, un Mangiafuoco manejando los hilos de ese pobre Pinocho al que encomienda sostener su mentira, encarnado por Jens Albinus, actor cuya fragilidad indecisa recuerda la de Peter Sellers en La pantera rosa. Entre ambos hay química. En la producción teatral estrenada en Madrid, las características del reparto se invierten. Fernando Gil, actor alto, corpulento, encarna al cómico titubeante, mientras que Críspulo Cabezas, más menudito, representa al patrono camaleónico. El efecto que produce esta pareja al primer golpe de vista, pero también después, es contrario a la naturaleza de la relación jerárquica que mantiene. No parece que la parte contratante domine a la parte contratada, cosa que en la película no se pierde de vista ni un solo instante.Fernando Gil conduce su papel con un histrionismo sostenido, acorde con la linealidad de un montaje en el que casi todas las escenas se mantienen en un plano general, sin relieves. Laura Laprida, actriz argentina, es quien se ajusta mejor a su papel, más agradecido que otros: una mujer entregada a la erótica del poder. Seguir leyendo EL PAÍS
El principio de los vasos comunicantes se aplica para hacer llegar el agua de los depósitos a los pisos altos, pero en épocas de sequía autoral también explica el trasvase continuo de guiones cinematográficos al teatro. Así sucede con varias películas de los fundadores del movimiento Dogma. Festen, opera prima de Thomas Vintenberg, se ha adaptado al escenario en toda Europa, y El jefe de todo esto, de Lars von Trier, ya suma tres producciones estrenadas en España: las de Garbi Losada (con Ados Teatroa) y Óskar Gómez Mata, elaborada en Suiza, y la última, El jefe del jefe, recién estrenada en el Teatro Pavón por el director argentino Ricardo Hornos, en versión suya y de Fernando Gil, su protagonista.
En esta comedia de enredo grotesca, Von Trier pone un ejemplo práctico de cómo la impostura se agazapa tras la realidad cotidiana. Gabriel, su protagonista, es un empresario que se hace pasar por empleado, para que nadie pueda reprocharle los efectos nefastos de sus decisiones, cuya autoría él atribuye a un CEO ficticio residente en Estados Unidos. Para sostener su mentira, a sus asalariados les hace llegar correos del supuesto jefazo. Un magnate chino, interesado en comprar la empresa y en conocer a su dueño, es el detonante del conflicto en ciernes.
La película original tiene cierto encanto, en buena medida por la relación asimétrica que se establece entre Gabriel y el actor en paro al que contrata para encarnar al CEO ficticio. Peter Gantzler, intérprete del empresario trapisondista, es un actor corpulento, un Mangiafuoco manejando los hilos de ese pobre Pinocho al que encomienda sostener su mentira, encarnado por Jens Albinus, actor cuya fragilidad indecisa recuerda la de Peter Sellers en La pantera rosa. Entre ambos hay química. En la producción teatral estrenada en Madrid, las características del reparto se invierten. Fernando Gil, actor alto, corpulento, encarna al cómico titubeante, mientras que Críspulo Cabezas, más menudito, representa al patrono camaleónico. El efecto que produce esta pareja al primer golpe de vista, pero también después, es contrario a la naturaleza de la relación jerárquica que mantiene. No parece que la parte contratante domine a la parte contratada, cosa que en la película no se pierde de vista ni un solo instante.
Fernando Gil conduce su papel con un histrionismo sostenido, acorde con la linealidad de un montaje en el que casi todas las escenas se mantienen en un plano general, sin relieves. Laura Laprida, actriz argentina, es quien se ajusta mejor a su papel, más agradecido que otros: una mujer entregada a la erótica del poder.
El jefe del jefe
Texto: Lars Von Trier. Dirección: Ricardo Hornos.
Reparto: Fernando Gil, Críspulo Cabezas, Carol Rovira, Laura Laprida, Viti Suárez y Aure Sánchez.
Teatro Pavón. Madrid. Hasta el 26 de enero de 2025.