La Courtland Gallery de la capital británica reúne en una exposición 21 cuadros del francés con el Támesis como protagonista Leer
La Courtland Gallery de la capital británica reúne en una exposición 21 cuadros del francés con el Támesis como protagonista Leer
Un reflejo de luz en las turbias aguas del Támesis. Una luz tenue y tamizada por una cortina de niebla que creaba una atmósfera especial. Eso fue lo que embrujó a Claude Monet, en sus idas y venidas a ese Londres invernal en el tránsito al siglo XX. Así fue como el pintor de Los nenúfares inmortalizó con su paleta la primera ciudad industrial, años antes de que se acuñara para ella la palabra smog.. Treinta y siete cuadros de aquel Londres de puentes brumosos, pintados casi todos ellos desde su habitación del hotel Savoy, vieron la luz en 1904 e n la galería de su marchante Paul Durand-Ruel en la rue Laffitte de París. A ellos se unieron también los lienzos ejecutados desde una habitación cedida por un amigo médico desde el hospital St. Thomas, con una vista privilegiada de las torres góticas del Parlamento de Westminster, que cobraron una dimensión casi fantasmal bajo su mirada.. El éxito fue instantáneo a ambos lados del Canal de la Mancha, pese a las críticas por su empeño en la «disolución de las formas». Lo que el propio Monet bautizó como effets de brouillard o los efectos de la niebla sobre el Támesis acabaron superponiéndose a todos los anteriores (de William Turner a James Whistler) y siguen figurando al cabo de más de un siglo como las imágenes más icónicas de esa ciudad donde raramente brilla el sol sin que le acompañe un velo de ausencia y misterio.. La Courtauld Gallery de Londres ha vuelto a reunir hasta el 19 de enero por primera vez 21 de aquellos cuadros en Monet y Londres: vistas del Támesis, celebrada como una de las mejores exposiciones del año. Agrupados en dos salas, el efecto es tan deslumbrante que uno tiende a alejarse de ellos para admirarlos en toda su dimensión, con los ojos entornados para caer sin remedio en la magia visual del maestro impresionista.. «Londres es la ciudad más interesante y más difícil de pintar», llegó a confesar Monet. «La niebla adquiere todo tipo de colores -negro, marrón, verde, amarillo, morado- y lo más interesante es poder pintar todos los objetos que alcanzar a verse a través de esa bruma», incidía el artista.. «Las pinturas del Támesis tienden a verse de una manera monolítica, cuando la verdad es que fue uno de los proyectos más largos y ambiciosos de Monet», advierte la comisaria de la exposición, Karen Serres. Monet se afincó por primera vez en Londres en 1870, para evitar ser reclutado en la guerra franco-prusiana. Un año después pinta El Támesis debajo de Westminster, donde por primera vez emerge el contorno espectral del Big Ben y del Parlamento, envueltos en una neblina amarillenta.. A esa época pertenecen también Barcos en el puerto de Londres y Los descargadores de carbón, otras dos obras pre impresionistas. Su primera visión de la ciudad está muy influida por el historiador Hippolyte Adolphe Taine, autor de Notas sobre Inglaterra, donde se incluyen descripciones muy similares a sus primeros cuadros. El propio Taine llega a referirse a las torres del Parlamento como «fantasmas que desvanecen, borrosos e indistinguibles entre la niebla». También habla del «humo brumoso» y de «los extraños reflejos, mitad verde, mitad violeta» en las ondulaciones del Támesis.. Monet y Taine quedaron tan atrapados por esa atmósfera envolvente -l’enveloppe, lo llamaba el pintor- que no parecieron preocuparse por su efecto en la salud de los seis millones de habitantes que entonces tenía Londres. En 1973, la ciudad sufrió de hecho una de sus más devastadores episodios de niebla negra que causó graves problemas respiratorios en la ciudad.. Uno de sus cuadros londinenses expuestos en la Courtauld GalleryE. M.. El meteorólogo Francis Rollo Russell publicó por esas fechas un panfleto, London Fog, donde explicaba el fenómeno tan característico de la ciudad: «Los fuegos de las chimeneas se encienden antes del amanecer y eso dificulta el proceso natural de la evaporación». El pintor William Richmond escribe por esas fechas, en una carta en The Times, que el humo oscurece tanto la ciudad que a las diez de la mañana no se pueden distinguir las letras del periódico.. Richmond y Russell fundan en 1899 la Sociedad para la Mitigación del Humo del Carbón, y ese es justamente el momento en el que Monet vuelve a la capital británica, al encuentro de su hijo Michel que estudiaba en la ciudad y cayó enfermo. Consagrado ya en su tierra, creyó llegado el momento de volcarse en su idea original y capturar «la luz en el aire» de Londres que tanto le cautivó en su primera visita.. «Sin la niebla, Londres no sería un ciudad bella», llegó a decir el pintor. «Es la niebla la que le da esa magnífica amplitud, la que hace que sus edificios adquieran un tono grandioso detrás de esa misteriosa capa».. A su regreso en el cambio de siglo, las condiciones atmosféricas han mejorado algo: la ciudad registra en el año 1900 apenas trece días de niebla perpetua, frente a las 83 contabilizados en 1887. El propio Monet, que procuró distanciarse del problema del glorioso smog como si no fuera con él, maldecía los días en los que el Támesis amanecía despejado desde su mirador en el sexto piso del hotel Savoy.. «Me aterrorizaba si un día no había niebla. Me sentía devastado porque eso podía arruinar mis cuadros, aunque poco a poco, según se encendían los fuegos de las chimeneas, el humo y la bruma acababan volviendo», aseguraba por aquella época el artista.. «La principal diferencia con sus primeros cuadros es que los puentes de Londres los pinta ya no a ras de suelo, sino desde un punto elevado, y eso hace que parezcan estar flotando en la atmósfera circundantes», apunta la comisaria Karen Serres. Los puentes de Waterloo y Charing Cross parecen efectivamente diluirse entre la ondulación del agua y la densa atmósfera que cobra toda su dimensión en la serie Los parlamentos de Londres.. «No hay un país más fantástico para pintar», llega a confesar Monet en una carta enviada a su mujer Alice, embriagado a su manera por la atmósfera de la capital inglesa y apremiado como estaba para llegar a tiempo a la exposición parisina de sus cuadros del Támesis. «El único problema es que la condiciones ideales duran poco tiempo… Tal vez Francia es más fácil de pintar que este país tan cambiante y por eso mismo tan bello».
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